Al término del choque ante Las Palmas las sensaciones eran
las de que se ponía fin a una racha imposible de eternizar el tiempo, pero que
el camino continuaba. Con el pitido final en Huesca, la rabia por la falta de gol
se mezclaba con la confianza de que jugando así el equipo alcanzaría el
objetivo. La victoria ante el Villarreal B trajo una tranquilidad que se transformó
en inseguridad tras la suspensión del choque en Cartagena. Y el derbi, pese a
lo doloroso de su desenlace, dejó un poso de esperanza pues el equipo había
sido fiel a sí mismo, acariciando la remontada.
Lo de ayer en
Alicante, por el contrario, sólo puede inducir al enfado. Paco Herrera tiene
muchas cosas buenas y poco se le puede discutir de su trayectoria en el Real
Club Celta. Su forma de plantear los partidos fuera de casa, especialmente
aquellos en los que hay mucho en juego, es una de ellas. Se trata de algo que
viene sucediéndose desde que allá por el mes de agosto de 2010 tomará las riendas de este equipo.
Hasta la saciedad ha repetido ese mensaje que dice que los partidos duran 90
minutos, que hay que trabajarlos y masticarlos y que las victorias acostumbran
a llegar en los minutos finales.
Con mayor o menor
acierto, ha empleado esta fórmula en multitud de ocasiones, especialmente fuera
de casa. El del Hércules ha sido un partido ya visto por el celtismo otras
veces. Huesca, Valladolid, Elche, Córdoba, Barça B o Villarreal B esta temporada
y otros muchos también el curso pasado, como por ejemplo el decisivo duelo de
Granada. En todos ellos, el guión siempre ha sido el mismo. Primera parte conservadora
de un Celta especulador que trata de mantener la igualada, y golpe de efecto en
el segundo tiempo con la aportación desde el banquillo aprovechando el bajón
físico del rival.
Sin duda la idea
teórica es maravillosa, pero su aplicación práctica no es infalible. Un
planteamiento de este estilo implica ceder la iniciativa al rival, con los
riesgos que eso conlleva. Obliga también a un poderío defensivo que no es la
mejor cualidad del Celta, superponiéndolo a unas virtudes ofensivas que son el
gran arma de este equipo. Significa, a fin de cuentas, depender del acierto de
un rival que, sin tener más fútbol, domina por decreto al conjunto vigués.
Probablemente todos nos acordemos sólo de que fue un penalti fallado por Michu
el que nos privó del ascenso. Pero lo cierto es que ese partido, si la justicia
fuese algo ligado al fútbol, posiblemente hubiese terminado 4-0 a favor de los
locales al término de unos primeros 60 minutos que el Celta tiró por la borda.
Un equipo que lucha por subir de forma directa a Primera
División no puede permitirse una propuesta de este estilo. El Celta debe salir
a imponer su ley, a mandar a través de un fútbol que le sobra. A veces se
logrará y otras el rival conseguirá contrarrestarte, pero lo que no se puede es
especular durante la introducción y nudo del encuentro para tratar de resolver
en el desenlace. Primero, porque los de Paco Herrera tienen argumentos como ir
a por el partido desde el principio. Y segundo, porque a la mínima que el plan
se tuerza, el tiempo para la remontada puede escasear e inducir a las prisas. Se
trata, al fin y al cabo, de ir a buscar la victoria, no de esperar que la
victoria te encuentre a ti.
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