La redención de Chile


Foto: Ricardo Grobas

Que un derbi es un partido diferente a cualquier otro no es algo que sorprenda ya a nadie. Sus 90 minutos de pasión, tensión, euforia, ilusión y fútbol lo convierten en un choque especial e inigualable. Es tal la atención que despierta que todo lo acontecido a su alrededor adquiere un cariz mucho más dramático. Para bien o para mal, en un derbi sólo existen los extremos: la alegría o la tristeza, la felicidad o la desolación, la sonrisa o el llanto, el héroe o el villano.
   
Hace prácticamente cinco meses, el partido de Riazor proclamaba sus triunfadores y derrotados. Los victoriosos, aquellos vestidos de blanquiazul, festejaban con su gente el agónico triunfo. Los perdedores, los visitantes, maldecían su mala fortuna y reclamaban vendetta. El héroe, un tunecino que anotó el gol de su vida, salía a hombros de un estadio a reventar. El villano, un chileno que poco antes había opositado para correr la misma suerte que su rival, lamentaba abatido una mala decisión.
   
Fabián Orellana fue sin duda el gran protagonista del derbi de la primera vuelta. Suplente en una sorprendente decisión de Paco Herrera, saltó al campo en el segundo tiempo para revolucionar el choque. Y vaya si lo hizo. Suyas fueron las acciones de más peligro de un Celta desbocado en busca del empate, y suyo fue el gol que lograba finalmente la igualada. Pero cuando todo parecía teñirse de celeste, cuando el celtismo soñaba con los minutos finales mientras el deportivismo los temía, una pérdida de balón del chileno cayó en los pies de un Lassad que hizo saltar la banca con un trallazo descomunal. En tan sólo dos minutos, el héroe se había transformado en villano.
   
El Celta no perdió ese partido por Orellana. De cada 100 disparos como ese, es probable que Lassad enviase 99 al fondo ocupado por los Riazor Blues y entonces el chileno se hubiese marchado de Riazor como la gran estrella celeste. Pero la realidad es que el tunecino no falló y retrató en el rostro de Orellana la imagen de la derrota. El chileno, pese a su buen partido, fue señalado como culpable. Incluso él mismo, como reflejaba su estado de ánimo al final del choque, decidió autoproclamarse como responsable del tropiezo.  Sin embargo, seguro es también que la ducha amarga en Riazor, el silencioso retorno de vuelta en autobús y las interminables horas de una noche de insomnio, gravaron en la mente de Orellana una sola palabra: redención.
   
Al margen de Iago Aspas, si hay un jugador del Celta extramotivado para el derbi de este próximo domingo ese será Orellana. El chileno tiene una cita con su conciencia y a buen seguro que tratará de aliviar sus malos recuerdos. A la mínima oportunidad forzó la cartulina ante el Villarreal B para poder disputar el gran clásico del fútbol gallego, síntoma de que tiene una cuenta pendiente con el celtismo y consigo mismo. Una victoria, especialmente si encuentra en él a su gran protagonista, sería la mejor manera de redimirse de lo sucedido en la ida. El cartel de villano no le sienta bien al Pablo Neruda del fútbol, quien quiere enfundarse el frac de héroe. El domingo a partir de las 12 empezará su particular redención.

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