Foto: Champy |
El celtismo es especial, es un ente difícil de desentreñar, previsible en ocasiones y sorprendente en otras. Ayer resumió al mundo entero su extraña concepción. Capaz de lo mejor y de lo peor, capaz de cambiar de opinión en un abrir y cerrar de ojos, presumió de bipolaridad y fue cambiando al ritmo de los goles que marcaban los jugadores de celeste. Arrancó el partido flojo, con ese run run que tanto molesta a los jugadores. En función de la grada, el factor cancha se perdió ya al cuarto de hora, la impaciencia se cernía sobre una afición que sentía que el ascenso se perdía y que tenía la percepción de que este equipo no se clasificaría para los play-offs.
El pesimismo iba por sectores, por gradas. Las más negativas, con GOL a la cabeza, ya daban por hecha la derrota del equipo, pero el gol de Kiko Femenía hizo que el pesimismo y la negatividad se contagiase a todo el estadio. Comenzaron los murmullos, los pítidos timidos que se hacían más patentes con una pérdida de balón. Las peñas más animosas, inasequibles al desaliento, enmascaraban el sentir generalizado. Debajo de sus cánticos, los murmullos. Debajo de sus canciones, los silbidos, que incluso llegaron a acompañar a los jugadores al túnel de vestuarios.
En la segunda parte, con cambios y un equipo más lógico, el equipo reaccionó. Llegaron los goles, la remontada, la épica, la testosterona. Bustos al suelo a por un balón, dando un taconazo con 4-1 en el marcador. Las contras, soltar toda la adrenalina con cada carrera de Orellana, ver a Iago Aspas con el balón, a Bermejo celebrando los goles con rabia, al equipo remontar... ganar... golear... volvemos a ser los mejores. La grada, que en la primera parte silbó al equipo hizo la ola en la segunda mitad. Los mismos que aseguraban que este era un equipo de media tabla celebraban con alborozo una goleada que nos hacía merecedores de estar en primera. En una hora pasamos de ser un equipo de media tabla en Segunda a candidato a la Champions en Primera. Los que aplaudían en la primera parte, de la mano de los que silbaban, se zambullían en una ola.
Los que viven en esa constante montaña rusa de sentimientos, los que solo analizan el juego en función del resultado que se da en ese momento seguro que son tan celtistas como los que animan, seguro que sufren tanto o más, seguro que creen incluso más en el ascenso, pero no ayudan con su actitud. Es preferible criticar al final del partido, analizar un encuentro por lo sucedido durante 90 minutos, y no por lo que ha pasado en los últimos cinco minutos. Esos que creían que el Celta poco menos que podía salvarse ya creen en el ascenso después de la remontada. La bipolaridad no es buena, y en el fútbol tampoco porque no ayuda. Esta afición no anima al equipo, quiere que el equipo sea quién la anime.
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