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Foto: Ricardo Grobas |
Salvo que el muslo derecho de Oubiña diga lo contrario, el domingo será la fecha fijada para el retorno del capitán celeste a la competición tras cuatro largos partidos de ausencia en los que el Celta logró dos victorias (Valladolid y Numancia), un empate (Huesca) y una derrota ante la UD Las Palmas. Pero más allá de las cifras, la ausencia del capitán dejó una sensación de orfandad preocupante en el centro del campo del Celta, incapaz de generar el fútbol que teje Oubiña domingo tras domingo.
Y no es que Cristian Bustos, su suplente, no haya estado a la altura. Se trata de un debate más conceptual que de rendimiento. El alicantino ha ido ganando confianza con el paso de los partidos, fue un valladar para Herrera el año pasado y no se le ha olvidado jugar al fútbol, pero no le podemos pedir que sea Oubiña. El capitán, ya recuperado de ese calvario por el que pasó durante las cuatro últimas campañas, se ha reencontrado con el fútbol y ha modificado de un plumazo la idea inicial de Herrera, que deshizo el trivote para abrazar el doble pivote con Borja y Álex López como ejes centrales del equipo.
Con Oubiña, el equipo gana en salida de balón y en control de la posesión, pero mantiene la solidez defensiva que aporta Bustos. Con Oubiña el equipo es más completo, mejora en las transiciones y se transforma en un equipo perfectamente equilibrado bajo la batuta del mejor pivote de Segunda.
Pero más allá de valores futbolísticos, la presencia del capitán en el once inicial dota al equipo de esa madurez y esa templanza con las que nació el hoy veterano futbolista del Celta, un jugador capaz de parecer el más viejo del campo el día de su debut con el primer equipo. Con los años ha ido ganando experiencia, ha sabido dar al colectivo la importancia que se merece y se ha convertido en un espejo para los más jóvenes. El fútbol es más bonito cuando Oubiña está en el campo. Si todo va según lo previsto por los servicios médicos el domingo lo comprobaremos.
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