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Foto: Ricardo Grobas |
La pasada semana, Paco Herrera sorprendió en rueda de prensa
con unas declaraciones acerca del internacional chileno Fabián Orellana. En ellas,
además de elogiar su nivel futbolístico, al que sólo pone la pega de su
excesivo individualismo en momentos puntuales, el técnico catalán se refirió
también al aspecto personal. Habló de un chico tímido e introvertido, que poco
a poco ha ido integrándose en el grupo hasta el punto de ser una de las
personas más queridas por el plantel. Rehuyó su fama de problemático, de “incendia-vestuarios”,
y reconoció que contaba con un grupo de buenos amigos en el equipo. Uno de ellos,
Iago Aspas, también aprovechó su paso por los micrófonos para ensalzar la
calidad balompédica y humana del futbolista sudamericano, al que definió como
un gran jugador y mejor persona.
Lo cierto es que,
vistos los últimos partidos, parece que la buena relación del chileno y el
moañés se ha extrapolado al terreno de juego. Principalmente a partir del
choque ante el Girona, el cual supuso el regreso de Aspas a la titularidad.
Desde entonces, ambos se han mostrado como los dos hombres más incisivos del
ataque celeste. Ante el bajón de Quique De Lucas y Mario Bermejo, el extremo y
el delantero han tomado las riendas del fútbol ofensivo vigués, representando
un constante peligro para la retaguardia adversaria y adquiriendo la
responsabilidad del gol, al cual han encontrado hasta en dos ocasiones en las
últimas tres semanas. Aspas y Orellana han construido una sociedad ofensiva que
parece entenderse a la perfección. Ambos eléctricos y verticales, ambos irreverentes
y descarados, ambos impredecibles y geniales, son hoy por hoy el factor
diferencial de un Celta que va a más. Conceden ese plus de calidad en los
metros finales que termina por desnivelar los partidos.
A Iago Aspas ya no
lo va a descubrir nadie. Apareció en el día más sombrío del celtismo y
convirtió en luz la oscuridad. Tras dos temporadas de transición, ha terminado
por explotar en esta. Y lo ha hecho desde un rol al que no parecía destinado en
un principio, el de delantero. Además de proporcionar mil y un recursos al
equipo, también se ha destapado como un goleador, anotando ya nueve tantos en
lo que va de temporada. Su fútbol es la viva imagen de su carácter, atrevido y
genial, y se ha consolidado como el gran ídolo de una afición que ve en él a un
proyecto de futbolista legendario. Si es capaz de domar su genio y logra
consolidarse con el Celta en Primera, cuenta con las cualidades futbolísticas y
emocionales suficientes como para que dentro de unos años sea su foto la que
aparezca en la pared exterior de la grada de Tribuna.
Orellana vive una
situación muy distinta. Pertenece a esa clase de jugadores que no cuentan con
el beneplácito de un amplio sector de la grada. Llegó para sustituir a
Trashorras y, aunque futbolísticamente poco tienen que ver, parece que ha
heredado la disparidad de opiniones que generaba el de Rábade. Para algunos
chupón e inefectivo, para otros desequilibrante y decisivo, Orellana no deja
indiferente a nadie. Es, sin duda alguna, el jugador de mayor calidad técnica
de todo el plantel: su toque de balón, sus controles o su regate en parado son
toda una delicia para la vista. Sus errores se perdonan menos que los de otro y
parece que cada partido debe demostrar lo buen jugador que es. No obstante,
siempre se ofrece, siempre participa, nunca se esconde. Poco a poco ha ido
sumando adeptos a su fútbol y, hoy por hoy, son pocos los que discuten su
titularidad. Ni siquiera un Herrera al que también le ha costado confiar en el
chileno. Ahora mismo es indiscutible, y con él en el campo el Celta gana un
futbolista superlativo, capaz de desatascar un entuerto en cualquier momento.
Dicen que la
amistad fuera de los terrenos de juego termina por tener una influencia
positiva dentro de él. Ha ocurrido con Oier y Túñez y parece estar aconteciendo
con Iago Aspas y Fabián Orellana. Cual Woody, el de Moaña es el chico de la
casa, el juguete preferido de la afición, el pistolero más rápido del oeste.
Venido del espacio exterior, Orellana recuerda a Buzz Lightyear, ese personaje
extraño y poco sociable pero que finalmente terminaría por integrarse en el
grupo y ofrecer sus extraordinarios poderes al servicio del conjunto. “Hay un
amigo en mí” deben repetirse ambos. Pues ojalá esta amistad dure, ya que, como
se ha demostrado en las últimas semanas, ayudará y mucho a conducir al Celta
hasta el infinito y más allá.
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