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Foto: yorchsoccer.blogspot.com |
Quedan pocos días para el derbi gallego entre Celta y Deportivo y, aunque a primera vista la relación parezca inexistente, el recuerdo de este enfrentamiento me remite a un nombre que a día de hoy se encuentra en primera plana del escaparate futbolístico mundial: David Silva. El jugador canario vistió la elástica del Celta en Primera División durante la temporada 2005/2006, tiempo suficiente para quedar grabado en la retina de todos los celtistas por su calidad con el balón en los pies.
Casualmente, su último gol con la zamarra del equipo vigués fue en Riazor ante el eterno rival. Un tanto no exento de polémica, pues Silva se ayudó de la mano para batir a Aouate tras rematar un saque de esquina de Canobbio. Además, si hablamos del Deportivo tenemos que hablar de Valerón, por lo que la conexión con Silva resulta inevitable. Ambos comparten orígenes, Arguineguín, y estilo de juego. Uno zurdo, el otro diestro, los dos rebosan calidad y visión de juego, así como una humildad poco común en futbolistas de su talla. Se puede decir que Valerón abrió el camino y Silva recogió el testigo como estandarte de una gran generación de futbolistas canarios entre la que se encuentran ex-celtistas como Guayre o Jorge Larena.
Silva, quien llegó al Celta en calidad de cedido por el Valencia tras una buena temporada en el Éibar, deslumbró a todos en su debut en Primera. Apareció como un fichaje de poco nombre entre los Baiano, Javi Guerrero o Placente, y acabó convirtiéndose en pieza clave en el esquema de Fernando Vázquez. Su primera lección magistral de fútbol fue en un Trofeo Ciudad de Vigo ante el Zaragoza, en el que su maravillosa actuación le valió para ser nombrado mejor jugador del choque, así como para sorprender a una afición boquiabierta ante semejante clase y desparpajo.
Si bien le costó un par de jornadas entrar en el once, una vez que tomó la titularidad ya no la soltó. Vivía pegado a la banda izquierda, aunque con tendencia innata a marcharse hacia el centro. Desde allí se marcó grandes partidos como el de La Catedral ante el Athletic, donde regaló el gol del empate a Ángel tras un maravilloso caracoleo dentro del área. También frente al Real Madrid en Balaídos, comandando a un Celta que se comió a los de López Caro y al que la falta de puntería y los errores arbitrales (se tragó un gol fantasma del propio Silva) privaron de la victoria. Quizás su mejor partido fue en la segunda vuelta frente al Zaragoza, en el que los celestes golearon por 4-0 con una actuación impresionante del pequeño mago canario. Ese día Balaídos gritó “Silva quédate”.
No obstante, esto último fue un hecho anecdótico. Y es que el mayor problema para Silva era competir en el puesto con el siempre genial Gustavo López. Aunque se reconocía y se admiraba la calidad del canario, Balaídos estaba rendido a su héroe argentino, para quien reclamaba la titularidad partido tras partido. Pese a que parecía evidente que un Gustavo en decadencia no podía competir con un Silva al alza, la afición viguesa nunca lo entendió y así se lo hizo saber a un Fernando Vázquez que era constantemente criticado, no por poner al canario, sino por sentar al argentino. Fue muy triste ver cómo, en un Celta–Getafe de la última jornada de liga, Silva se retiró por última vez de Balaidos lejos de la atención de una hinchada que no paraba de corear “¡Gustavo López, Gustavo López!”.
Así, el futbolista insular regresó a Valencia para quedarse. Allí disputó cuatro temporadas al máximo nivel que le valieron para obtener la internacionalidad y situarse en el escaparate mundial. Con los chés logró una Copa del Rey, mientras que con el combinado nacional ha sido partícipe de los mayores éxitos del fútbol español a nivel de selecciones. Excelso en una Eurocopa en la que fue fundamental de la mano de Luis Aragonés, Del Bosque lo borró del mapa en el Mundial, señalándolo como el gran culpable de la derrota inaugural ante Suiza. Puede que algunos me llamen loco, pero pese a ganar la Copa del Mundo, el juego de la selección en Austria y Suiza fue muy superior al desarrollado en Sudáfrica. Bajo mi punto de vista, el gran culpable de este cambio tiene nombre y apellidos: David Silva.
Tras el Mundial arribó en Manchester para enrolarse en el proyecto del jeque. Después de una primera etapa complicada, su fútbol está deslumbrando este año. Está ofreciendo un nivel estratosférico en las islas, liderando al City en su marcha triunfal por Inglaterra y Europa. Hoy por hoy, quizás esté entre los seis o siete mejores futbolistas del planeta y su progresión parece no tener límites. Poco queda ya de aquel joven jugador que fascinaba en Balaídos. No obstante, siempre podremos presumir que fue aquí, también de celeste y a orillas del Atlántico, donde la estrella que en estos momentos es David Silva empezó a brillar.
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