Diego Mariño, Pedro Vázquez y Antón Vicente (Foto cortesía de Antón Vicente)
El Celta visita mañana el feudo del Villarreal B, una visita que promete teñirse de un color especial, como ya todos sabemos, por la militancia en las filas amarillas de un joven ex jugador celeste procedente de O Calvario: Pedro Vázquez. El caso es que, para un servidor, ver a Pedrito (como yo lo conocí) jugar en Segunda División y contra el Celta, despierta un sentimiento incontrolable de nostalgia, un cúmulo de recuerdos que me remiten a mi joven etapa de futbolista en la que compartí vestuario con él en el equipo que lo dio a conocer: el Ureca de Nigrán. Al echar la mirada hacia atrás me siento orgulloso de haber compartido partidos, pases y goles con aquel chaval que ya por entonces deslumbraba en los campos de la comarca y que hoy en día, por suerte, se hace un hueco en el fútbol profesional. Muchos lo decíamos por aquel entonces: “llegará alto”.
Lo conocí nada más llegar a Ureca, cuando ambos militábamos en infantiles de primer año. Yo era un recién llegado, recomendado de Antón Vicente (hoy en día titular indiscutible en el Coruxo) y con nulas capacidades futbolísticas de equipo. La primera vez que lo vi jugar ya me deslumbró. En un equipo con tanto nivel, aunque aún en crecimiento, Pedro rayaba muy por encima del resto. Su manejo del balón, su pausa y su inteligencia dejaban en pañales a todos los demás. Teníamos apenas 13 o 14 años y él parecía un jugador veterano, curtido en mil batallas y conocedor inescrutable de los secretos del terreno de juego. Era un crack, sin más.
Como llegué a final de temporada y todavía estaba muy verde, comencé el último año de infantiles en el Ureca B. Mi única virtud (perdida ya con los años) se resumía a la velocidad. A base de galopadas y goles (para mi sorpresa) comencé a destacar con el B y llegué al tramo final de la temporada con posibilidades de jugar la fase de ascenso a Liga Gallega que disputaría el primer equipo. Pedro lideraba con sobrada capacidad aquel equipo en el que se juntaron muchos talentos jóvenes como Mario Santorio, Leán, el mismo Antón o Guille entre otros. Mi suerte fue la de ser titular en aquel equipo que lograría el hito histórico (para la entidad) de ascender a Liga Gallega. Recuerdo con orgullo que en aquella fase de ascenso, formada por eliminatorias al estilo copero alrededor de toda la zona sur de Galicia, marqué cinco goles, los mismos que Pedrito.
Muchos de ellos a pase de un Pedrito que sabía exactamente en qué momento y con qué precisión debía conectar con mi única virtud: la velocidad. Porque Pedro Vázquez, aunque destacase en la banda con el Celta B (es el fútbol un terreno al que se adaptan los supervivientes), se dio a conocer como mediapunta, como ese jugador al estilo Riquelme que, aunque parezca que juega andando, es capaz de cambiar completamente el ritmo del partido con dos regates y un pase al hueco. Verlo jugar era un lujo, jugar con él un privilegio. Era tal su superioridad que a final de temporada todos especulábamos con su salida a un equipo de esos llamados “grandes”. Las cosas caerían por su propio peso tarde o temprano.
Sin embargo, y para sorpresa de todos, pudimos compartir vestuario un año más con Pedrito en una categoría diferente, cadetes. Aquel año, por el cambio de categoría y las evidentes diferencias físicas entre un equipo formado casi íntegramente por jugadores de primer año ante y el resto de equipos, no pudimos repetir ascenso. Sin embargo llegó una noticia que a todos nos hizo sentirnos orgullosos a pesar de ser un mérito más individual que colectivo: Pedro era llamado por la selección española sub-16. Fue una alegría recibida con enhorabuenas y envidia sana. Un compañero nuestro, con todo el mérito del mundo, conseguía llegar a la selección española desde un equipo que poco tiempo antes recibía soberanas palizas por los campos de toda la comarca viguesa. Un caso digno de Expediente X, un monumento al fútbol que, poco tiempo después, se vería superado por la llegada de un Thiago Alcántara que hoy maravilla en el Camp Nou. Pero eso es otra historia.
Al terminar esa temporada, y eliminados en segunda ronda de la fase de ascenso, Pedro cogió las maletas rumbo a Vila-real. Otra noticia que recibimos con orgullo e ilusión, pero esta vez con cierta pena por no poder jugar más junto a un fenómeno de tal nivel. Le deseamos lo mejor y yo, en silencio, me sentí orgulloso de haber compartido vestuario, aunque solo fuese durante dos temporadas, con un jugador tan grande. Y además, un compañero siempre respetuoso y trabajador. Me acordé de todos sus pases, de sus regates, de sus goles y de cómo me buscaba en profundidad a lo largo de la banda derecha. Yo, un jugador tan limitado y con tan poco interés deportivo, recibiendo pases de un Pedrito que hoy promete llegar alto. El domingo, cuando encienda la tele y comience el partido, no podré evitar recordar todo esto mientras animo a un Celta que, por desgracia, decidió prescindir de su calidad.
Sígueme en Twitter: @germasters
0 comments:
Publicar un comentario