Foto: La Provincia |
El día del Valladolid, el gol de Javi Guerra desató las iras de unos cuantos aficionados molestos con la que podía ser –Orellana lo evitó sobre la bocina- la tercera derrota consecutiva del equipo. Frente a Las Palmas, la nefasta segunda mitad de los celestes incitó a unos silbidos que se acrecentaron con el gol de la victoria insular. Y este último martes, en el descanso del enfrentamiento contra el Girona, fueron más numerosos los hinchas que se levantaron de sus asientos para despedir con indignación al equipo tras su mala primera parte. Todos ellos señalaban al preparador catalán como culpable de la situación, al considerar excesivas las rotaciones que había realizado respecto al duelo ante el Huesca.
No sé porqué, pero este escenario me resulta muy familiar. Y es que considero que nos estamos adentrando en un panorama muy similar al vivido hace unos años con Fernando Vázquez. El entrenador nacido en Castrofeito dirigió al Celta durante tres temporadas, de las cuales no consiguió terminar la tercera ante los malos resultados, siendo relevado por el siempre polémico Hristo Stoichkov. Sin embargo, en las dos anteriores, cosechó un ascenso a Primera División y una clasificación para disputar la actual Europa League, antes conocida como Uefa.
En su primer año, la del regreso de la entidad a Segunda tras mucho tiempo en la élite, comenzó titubeante para terminar consolidándose como uno de los tres mejores equipos de la competición. A la campaña siguiente, firmó un curso espectacular obteniendo registros inmejorables para un recién ascendido, a partir de los cuales llegó el premio de Europa. No obstante, en su tercera temporada, todo se torció y el equipo se introdujo en una dinámica negativa que terminaría dando de nuevo, ya sin Vázquez de por medio, con el conjunto vigués en el pozo Segunda.
Viniesen buenos o malos tiempos, Vázquez nunca logró la unanimidad de la grada. Algunos lo defendían a muerte tildándolo de gran técnico, mientras otros criticaban duramente su conservadurismo. Nunca, ni siquiera tras el ascenso o después del sexto puesto en liga al año siguiente, contó con el beneplácito de la totalidad de la hinchada. Recuerdo, por ejemplo, un partido ante el Atlético de Madrid en Balaídos que venció el Celta por 2-1 (goles de Baiano y Canobbio) y en el que el entrenador gallego salió abucheado por amplios sectores de la afición tras sus cambios defensivos y el sufrimiento al que sometió al equipo por ello tras ir venciendo con dos goles de ventaja. Fue ese un encuentro de muchos en los que Vázquez tuvo que escuchar las críticas de una afición que, incluso pese a los buenos resultados, jamás estuvo con él al 100%.
Algo parecido está ocurriendo con Herrera, aunque de modo menos exagerado. El técnico catalán fue aplaudido y respetado durante los dos primeros tercios de la campaña pasada en los que el equipo tuvo un rendimiento sobresaliente. Con el bajón, llegaron las primeras dudas de unos cuantos aficionados que defendían su incapacidad para revertir la negativa situación. Este año, motivado quizás por los sucesos de pretemporada (salida de jugadores importantes, escasez de efectivos en defensa, jugadores apartados sin razón aparente), la grada parece mostrar menos paciencia con el catalán. Aunque son minoría, no se puede obviar que hay algunos sectores para los que Herrera, ganemos o perdamos, no debería tener futuro en este equipo. Sus cambios, sus decisiones inexplicables, sus manías, su conservadurismo con el resultado a favor…son algunas de las críticas vertidas hacia su figura. El propio Herrera se quejó por ello en la rueda de prensa posterior al partido del Girona.
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