¡Gracias, viejo!


!Felicidades Viejo!, ¡Qué bien te veo!, por tí no pasan los años. Tienes la juventud y el descaro de un adolescente, a la vez que posees el temple y el saber estar de un anciano. Cuando nací, ya eras un adulto. Soy una mota de polvo comparado contigo. Tú habías pasado una guerra civil, la dura posguerra apaciguada con los goles de Pahíño, los pases de Alonso y la templanza de Miguel Muñoz. Mientras el país despertaba de su pesadilla viviste la de vivir casi una década en Segunda, pero siempre peleando por el ascenso, siempre soñando con tiempos mejores. Ahí nació el mito del "sempre andan dicindo para o ano que vén". Y ese año llegó, y no solo llegaste a Primera, sino que llevaste el nombre de Galicia por Europa, esa Europa en la que mandaban Cruyff y Beckenbauer. Y te montaste en el ascensor, en una montaña rusa de sensaciones que llevó al equipo de Primera a Segunda B, y de regreso a Primera de la mano del gran Pavic. Y otra vez el ascensor.

Y entonces nací yo. En realidad había nacido 10 años antes, pero nunca había sentido el celtismo como aquel día en el que un equipo vestido de celeste enfiló su camino a Primera en el mismísimo Riazor, con Baltazar a la cabeza y Addison en el banquillo. Desde entonces, me has dado tantas alegrías como sinsabores. A mí y a todos los celtistas que como yo han sufrido y han disfrutado con tus colores. Llegó una final de Copa, y después de aquella, otra, y llegó Europa, cayeron los grandes en Balaídos y conquistamos territorios antes inimaginables. Y llegó otra vez el ascensor. Bajamos y subimos a la gloria. Y otra vez tocó el infierno. Pero el infierno nunca será tal cosa si en el campo hay once hombres vestidos de celeste. Vendrán tiempos mejores, pero cualquier tiempo vale si tú estás aquí. ¿Qué no tenemos títulos? ¿Qué mayor título hay que poder presumir de ser del Celta de Vigo? Si nos gustasen los títulos, si nos motivase ganar y ganar, seguramente no seríamos del Celta.  

Todos somos motas de polvo. Da igual la edad, la condición, incluso la religión. Todos tenemos en común nuestros colores y un sentimiento que no se puede explicar con palabras. Niños que corretean por los parques soñando con llegar a jugar en Balaídos, adolescentes que doman sus hormonas para dedicarse en cuerpo y alma a su pasión. Jóvenes, con o sin carnet que lo acredite, que viven para el Celta. Adultos, padres, abuelos, bisabuelos... El Celta es de todos y todos somos del Celta. Querido amigo, muchas gracias por todo. Gracias por la energía de cada gol que celebramos como si fuese el último. Gracias por recordarnos, en cada derrota, que la vida es un camino de superación. Que se puede perder, y se puede ganar, pero siempre, con la cabeza bien alta. Una lección que tú nos has enseñado durante 88 años.  Y te digo más, tengo la certeza de que nos seguirás haciendo felices. Vayamos a dónde vayamos.

No pedí ser celtista, simplemente tuve suerte.

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