El concepto de locura, en contra de lo que muchos puedan pensar, responde, en un principio, a un comportamiento que rechazaba las normas establecidas, a una actitud rebelde, contraria a aceptar los designios de la vida cotidiana. Es el reflejo de una persona inconformista, que detesta la normalidad y busca la excentricidad y el desequilibrio como vía de escape; huye de lo habitual y apuesta por lo extravagante, lo distinto, lo diferente, aquello que se aleja del devenir natural de las cosas.
Así era Juanfran, un loco, un extravagante, alguien distinto, diferente, poco usual. Su fútbol representaba la expresión de los sentimientos, el olvido de la razón. El futbolista valenciano no pensaba con la cabeza ¿para qué?; él se dejaba llevar por lo sensitivo y lo irracional con la intención de romper la rutina, entendiendo el fútbol como algo pasional, como una montaña rusa de sensaciones, y no como una partida de ajedrez, donde las mentes frías y calculadoras siempre alcanzan el éxito.
Llegó a Vigo en 1999 para formar parte del mejor Celta que se recuerda. Recorrió la banda izquierda de los más importantes coliseos europeos, paseando la elástica celeste por todo el continente. Su incontrolable vocación ofensiva lo convirtió en un cuchillo desde el lateral izquierdo, de donde se incorporaba al ataque con asiduidad. Defensivamente correcto, destacaba por su incansable ida y vuelta por el carril zurdo desde donde aportaba una notable cantidad de goles y asistencias por temporada. Su buen rendimiento le valió para ser convocado por la selección española en varias ocasiones, llegando a disputar el Mundial 2002 de Corea y Japón.
Posteriormente, la competencia con Sylvinho le obligó a adelantar su posición, jugando multitud de partidos como interior izquierdo.
Pasará a la historia del Celta por varios motivos. Primero, por erigirse como el gran ídolo del hincha más pasional debido a su sacrificio y su entrega, a sus eléctricas galopadas por la banda, a su forma especial de vivir los encuentros como si cada partido fuese cuestión de vida o muerte. También por su excentricidad, por ese pelo rubio teñido que le sirvió para ganarse el sobrenombre de “pollito”. Asimismo, por su calidad y grandes actuaciones en partidos importantes, como su gol al Benfica en el inolvidable 7-0, o su tanto ante el Brujas, el primero del Celta en la Champions.
No obstante, también será recordado por el sabor amargo que dejó en su salida. Las lágrimas del futbolista valenciano tras el descenso del equipo quedaron en simple farsa. Lo que parecía dolor por la caída del equipo al pozo de Segunda se transformó, semanas más tarde, en alegría al firmar por el Besiktas y huir del “marrón” que suponía jugar en la categoría de plata. Muchos se sintieron engañados por un jugador del que se pensó que sentía más lo colores. Fue una gran decepción.
Tras pasar por las ligas turca y holandesa, regresaría a España, enrolándose en las filas del Zaragoza, del que también escapó tras descender. Después, jugaría un año en Grecia, en el AEK Atenas, para regresar al Levante, club en el que se encuentra en la actualidad.
No obstante, su mal final no debe empañar su trayectoria en el club vigués. En la ciudad olívica se le debe recordar como el lateral izquierdo del mejor Celta de la historia; un futbolista diferente, atrevido, pasional, a veces loco… Y es que sólo hay que escuchar lo que dicen muchos cuando se les pregunta por él: “¿Juanfran? Ese estaba mal de la cabeza, pero… ¡mira que era bueno!”

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