Querer es poder. Al menos eso es lo que se suele decir, pero lo cierto es que, en ocasiones, sobre todo si la economía está de por medio, esta ecuación no siempre se cumple.
De todos es sabido que uno de los deseos del presidente del Celta, Carlos Mouriño, es el de incorporar al equipo al que está catalogado, con permiso de Iago Falqué, como hijo pródigo del fútbol vigués: Jonathan Pereira. No obstante, el fichaje del menudo delantero, que a pronta edad emprendió el viaje camino de Villarreal para cumplir su sueño de ser futbolista, es, a día de hoy, más una ilusión que una realidad. El caché que el jugador obtuvo durante su etapa en el Racing de Santander en Primera División lo coloca, a día de hoy, a un nivel inalcanzable para las arcas celestes. Pese a que el Betis no cuenta con él, y además de que el jugador vería con buenos ojos su retorno a Vigo, el club sevillano no está dispuesto a regalar a un futbolista del que considera que puede obtener rédito económico.
Sin embargo, en las últimas horas, parece que se ha abierto una puerta que permita la llegada al club celeste del delantero de Cabral. El club puede estar estudiando la venta de uno de sus buques insignia, Roberto Trashorras, con la intención de hacer caja y emplear el dinero obtenido en la operación para acometer el fichaje de Pereira. Desde Praza de España no se ha hecho nada oficial, pero todo apunta a que hay ofertas por el centrocampista lucense, cuya venta supondría una inyección monetaria importante que haría posible la llegada del vigués.
La pregunta es: ¿le compensa al Celta esta operación? Es evidente que el deseo del presidente es el mismo que el de multitud de celtistas: Pereira aportaría calidad, velocidad, regate, pillería, sacrificio y gol. Y además es de la casa, celtista desde la cuna. Es el jugador idóneo para el Celta, la guinda del pastel. Pero, ¿qué precio tiene el deseo de multitud de aficionados celestes, de su presidente y del propio futbolista?
No estoy hablando de dinero. Me refiero, claro está, a la pérdida de Roberto Trashorras. La marcha del “mago de Rábade” implicaría perder al futbolista diferencial de este equipo, a un jugador único, no sólo en el plantel, sino también en la categoría. Su estilo pausado, su dominio del tempo del partido, su visión de juego, su último pase, su maestría a balón parado…Es el hombre que hace jugar al Celta, el futbolista al que buscar cuando los planes no carburan y las ideas se desvanecen; él es, de alguna manera, la bombilla que ilumina al equipo en la oscuridad. Para muestra, el último encuentro de la temporada, donde el suicidio de Herrera, representado en la suplencia de De Lucas y, especialmente, en la de Trashorras, provocó que el Celta llegase una hora tarde al encuentro de los Cármenes; cuando el guía salió al rescate, todo empezó a cambiar, pero quizás era demasiado tarde.
Nunca fue, a mi modo de entender, un jugador lo suficientemente valorado. Quizás su estilo relajado y, a veces, pasota, no es del agrado del público más pasional. Trashorras no se hace una maratón cada partido, no se tira al suelo, pocas veces se mancha en el barro y no es un asiduo en tareas defensivas; pero, cuando juega, es el dueño del balón y, por extensión, del juego.
Así pues, ¿es lógico desprenderse de uno de los mejores futbolistas de la categoría para traer, más por capricho del presidente que por necesidad, a un notable jugador como Jonathan Pereira? ¿Cuál sería, en este caso, el precio del deseo?

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