Aún faltan dos partidos para que acabe la liga. Dos partidos importantes y con cierta trascendencia, porque ganarlos tiene su importancia por aquello de la posición final, el factor cancha y todas esas historias que inundan los periódicos ultimamente. Bien visto, a lo mejor son tan importantes como los 4 partidos que decidirán que equipo acompañe a Betis y Rayo Vallecano a Primera.
Pero la sensación es que entre el celtismo no van a tener mucha trascendencia. Se estará atento a ellos, todo el mundo quiere ganar, aunque sea el Vila de Melgaço, pero poco más, porque lo que todos queremos es que lleguen pronto esos 4 partidos que lo decidirán todo. Apuramos ese trámite lo más rápido posible para que empiece lo bueno.
Es decir, todos queremos que empiece lo bueno lo más pronto posible, pero eso conlleva sus riesgos. Ahora mismo, el celtismo vive presa de la ilusión. La ilusión por un futuro mejor, por acabar con este infierno que es la Segunda División. Este momento maravilloso de la previa, cuando todo puede pasar y los sueños se ven tan cercanos que no parecen un sueño.
Porque, no nos engañemos, puede ser que después del primer partido del play-off todo se haya esfumado. O se esfume al segundo partido, o al tercero... o no se esfume nunca. Personalmente vivo entre dos mundos. Entre el de la ilusión por lo que puede ser, y el del miedo a que pase lo que nadie quiere que pase.
Es una sensación extraña. Estoy bien así, creyendo que es posible, soñando. A veces los sueños son un buen sustitutivo de la realidad, porque realidad solo hay una, pero sueños, millones. Entre esos millones está el sueño del celtismo, el sueño del ascenso. No pararemos hasta conseguirlo, rezaba el slogan de la campaña de abonados, que, de paso, abría una puerta a la esperanza para años futuros.
Pero realidad solo hay una, y me da mucho miedo que no sea la que soñamos.

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