La última vez que Gudelj salvó al Celta


Foto: Diario AS
En el verano de 1996, un año después del susto que casi conduce al equipo a Segunda B, Horacio Gómez decidió dar un golpe de timón y apoyado por el dinero de las televisiones realizó una importante inversión en fichajes. A Vigo llegaron, entre otros, Mostovoi, Mazinho y Revivo, pero el equipo nunca llegó a carburar con Fernando Castro Santos en el banquillo. 

El equipo vigués llegó a la última jornada con solo dos puntos de ventaja sobre el descenso directo, y uno sobre la promoción. En aquella temporada se daba la circunstancia de que La Liga pasaba de 22 a 20 equipos, por lo que había 4 descensos directos y un quinto equipo promocionaba. Eso es lo que tenía que evitar el Celta, que en la última jornada recibía al Real Madrid de Fabio Capello, flamante campeón de Liga. 

Lo bueno es que el Celta dependía de sí mismo, pero no era fácil enfrentarse ante un Real Madrid que solo había perdido tres partidos aquella temporada. Por su parte el Rayo vallecano, que estaba a un punto, recibía al Barcelona, y el Extremadura, en puestos de descenso, visitaba Riazor. 

Los partidos se jugaron, como es tradición en las últimas jornadas, a la misma hora, así que en Balaídos había mucha gente pendiente de lo que pasaba en el césped, y también de lo que sucedía en otros estadios armados con transistores. El Celta formó con Dutruel, Merino,  Patxi Salinas, Alejo, Berges, Mazinho, Del Solar, Mostovoi, Sánchez y Gudelj, mientras que el Madrid formó con Cañizares, Chendo, Sanchís, Hierro, Panucci, Fernando Sanz, Mila, Víctor, Mijatovic, Raúl y Suker. Es decir, no reservó absolutamente nada. 

Pero el Celta contaba con Gudelj, un jugador que históricamente se caracterizó por aparecer en los grandes momentos. Lo había hecho dos años antes con un enorme hattrick en Las Gaunas para salvar al equipo, y lo hizo esa misma temporada, con otro triplete ante el Real Madrid que permitió al Celta seguir un año más en Primera. Aquel equipo ya era el gérmen del Euro Celta, que maravillaría de la mano de Irureta y posteriormente de Víctor Fernández. Fue una tarde maravillosa, preludio de lo que llegaría en los siguientes años, y la última vez que el eterno Vlado Gudelj salvaría al Celta. 

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