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| Foto: LFP |
Decía Juan Carlos Unzué al final del partido que no le había sorprendido el juego del Atlético, pero lo cierto es que, incluso teniendo en cuenta que el Atlético es uno de los equipos más defensivos de la Liga, pocas veces hemos visto una versión tan rácana del equipo madrileño, que vino a Vigo a jugar como cualquier equipo de la zona baja, o incluso mucho más conservador que la mayoría de los equipos que pelean por la permanencia.
La posesión fue para el Celta de forma clara, entre otras cosas porque el Atlético estaba bastante cómodo bien pertrechado y esperando los arreones del Celta con bastante calma. Además se encontraron con un gol casi de casualidad en la primera mitad y eso aumentó la fe en un sistema que alegrará a sus aficionados cuando echen un vistazo a la clasificación, pero en el campo poco se van a divertir.
En la segunda mitad el campo estaba totalmente volcado hacia la portería de Marcador, con un Celta muy ofensivo. Unzué, en vista de que el Atlético no tenía interés alguno en cruzar el centro del campo decidió lanzarse al ataque con todo. Sacó del terreno de juego a un central y a Wass, e introdujo a Guidetti y Emre Mor, pasando a jugar con una especie de 3-2-3-2, con tres defensas, doble pivote, una línea de tres atacantes, dos por banda y Aspas por dentro, y por delante de ellos dos referencias ofensivas como Guidetti y Maxi Gómez. Cinco atacantes para derribar un muro que ayer fue impenetrable.
El Celta asumía riesgos, y mientras tanto Simeone, convertido en aquel Mourinho que besaba su reloj en los últimos minutos de la semifinal de la Europa League, no paraba de meter defensas en el campo. El cuadro madrileño inició el partido con Juanfran, Savic, Godín y Lucas, y fue metiendo más defensores con el paso de los minutos. Primero entró Giménez, habitualmente central, que se situó por delante de la línea de los zagueros, y después metió a Filipe Luis, con lo que la respuesta de Simeone a los cinco delanteros de Unzué fue meter seis defensas en el campo.
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