Carlos Mouriño, en paz consigo mismo


Uno de los hombres más felices por la clasificación europea del Celta a buen seguro que es Carlos Mouriño. El jerarca cumplía así su promesa de colocar al equipo, al menos, en el mismo lugar que lo encontró cuando llegó hace 10 años a la Presidencia del club, para hacerse con una entidad que había logrado la clasificación europea después de ascender de Segunda División. 

Horacio Gómez decidió entonces abandonar el club y dejarlo en manos de una persona que ya conocía la entidad por haber sido consejero previamente. Aquel Celta que logró la clasificación para la UEFA, perdió a Sergio Fernández y Silva, que regresaba a Valencia tras una cesión sin opción de compra -una leyenda urbana sostiene erróneamente que existía tal cláusula en su contrato de cesión- y el club debía reforzarse para afrontar tres competiciones. 

Un error de cálculo llevó al club a fichar a Tamas, Pablo García y Nené, el fichaje estrella, que debía hacer olvidar a Silva. Lo cierto es que el equipo era muy parecido al anterior, pero los resultados no lo fueron, especialmente en la parte central de la temporada. Fernando Vázquez fue destituido y a alguien -más tarde el presidente asumiría esa responsabilidad- se le ocurrió que era buena idea darle los mandos del equipo a Stoichkov. 

El equipo acabó en Segunda División, y la gestión del equipo en la categoría de plata fue pésima. Ramón Martínez, flamante nuevo director deportivo, llenó el equipo de cedidos de Madrid y Atlético, y el equipo no funcionó. Eran buenos jugadores, ya que entre ellos estaban Diego Costa o Mario Suárez, pero demasiado verdes. 

Mouriño, como nuevo presidente en 2006
Errores deportivos llevaron al Celta a claudicar y presentar concurso de acreedores, debido a la deuda heredada y la generada por dos años de nefasta gestión en todos los aspectos. El verano de 2008 fue un punto de inflexión para el Celta. Sin saberlo, estaba naciendo una nueva entidad. Llegó Antonio Chaves a la dirección general del club, en una de las mejores decisiones de Mouriño, se puso énfasis en la gestión económica y moderna del club, y el fichaje de Eusebio Sacristán como entrenador sirvió para dar utilidad a una cantera que ya se estaba trabajando bien desde abajo. 

Esas son las líneas maestras del nuevo Celta. Un club que tiene una idea futbolística clara. Que ficha entrenadores y jugadores bajo la misma premisa, que intenta imponer un esquema de juego similar a todos los equipos del club, y que no gasta más de lo que puede. Con esas premisas, el equipo logró el ascenso, y ahora, diez años después, ha obtenido su clasificación europea sin necesidad de arruinarse o poner en duda la estabilidad económica del club. 

Es un trabajo perfecto. Dos años malos, los primeros de Mouriño, que dieron paso a un concurso de acreedores modélico, y una gestión de la “pobreza” digna de encomio. Ahora toca gestionar la “riqueza”, económica y deportiva. El reto de un Mouriño que ya está en paz consigo mismo y con el celtismo. Tiene al equipo en el mismo lugar en el que lo dejó. Pero no se parece absolutamente nada a aquel Celta del año 2006.

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