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Foto: Faro de Vigo |
Ayer visitaba Balaídos uno de los árbitros más limitados de la categoría. Fernández Borbolán ha demostrado en los partidos que ha arbitrado al Celta que su nivel está más cercano de otra categoría, y ayer no fue una excepción. A Borbalán todos lo recordaremos de aquel partido en el Camp Nou en el que dio por válido un tanto de Jordi Alba tras recibir el balón un par de metros por delante del último defensor.
Aquel error marcará la trayectoria de este colegiado en sus partidos con el Celta, y sin embargo ayer su asistente tuvo un exceso de rigor cuando anuló el tanto de Bongonda que podía cerrar el encuentro estando en posición claramente legal. Ver el gol de Alba y el de Bongonda es un ejercicio no recomendable por la rabia que imprime.
Además de estos errores puntuales, su actuación fue, una vez más, desquiciante. No se aclaró con el criterio en ningún momento. Puso el listón muy alto en los primeros minutos y no lo supo mantener porque podría haber dejado a los dos equipos con ocho jugadores a pesar de ser un partido sin entradas excesivamente feas. Cuando las hubo, no supo impartir justicia. La segunda amarilla al “Tucu” es justa, pero no actuó igual con algún jugador rival.
A Orellana acabó por desquiciarlo, y el chileno vio una amarilla tras protestar amargamente por una falta muy clara, cometida delante de él por un rival, y fue un auténtico milagro que Hernán Pérez acabase el partido sin ser expulsado. Fernández Borbalán en su máxima esencia.
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