Foto: LFP
El Celta afrontaba el partido ante el Valencia con la fortaleza de quien se ve arriba, envuelto en una preciosa dinámica. Mientras tanto, el equipo de Nuno venía dolido tras su derrota en la Champions y una Liga irregular. Las circunstancias del partido demuestran qué rápido, en apenas hora y media, puede transformarse la fortaleza en debilidad y viceversa.
Se intuía un Celta voraz desde el inicio, pero no fue así porque el Valencia salió mejor, juntando mucho las líneas y adelantando la defensa para evitar los espacios, la movilidad local. El 0-1 de Alcácer dolió, pero tuvo enmienda con el 1-1 de Augusto y una vorágine celeste que, como siempre, pudo darle la vuelta al marcador en diversas oportunidades y en una decisión arbitral desfavorable. Al filo del descanso, una falta directa transformada por Parejo puso el 1-2, un resultado injusto para lo visto sobre el terreno de juego en este deporte en el que los méritos no te aseguran nada.
El Celta juega al intercambio de golpes, una lotería rusa cuando se rompe y pierde la solidez defensiva que salvaguarda el ímpetu ofensivo. Sabe que en ganas y perseverancia no le gana nadie. Transforma la adversidad en estímulo, pero nada más arrancar la segunda parte el 1-3 de Alcácer tras otro fallo defensivo aparentaba ser un gancho de derecha incontestable. Todo lo contrario. Se abalanzó sobre su víctima ché y el palo evitó el 2-3 de Iago Aspas.
Con 26 minutos para el final, el 1-4 de Parejo fue demasiado. Aunque trató de reponerse, no hubo manera. El Valencia seguía curando su herida y agrandando la celeste con el 1-5 de Mustafi. Vicandi Garrido debería haber pitado el final en el minuto 79, pero había que pagar la penitencia de un día aciago en el que la fortaleza se hizo débil. Alivia imaginar que difícilmente volverás a errar tanto, siento tan castigado. Al final y al cabo, somos tan fuertes, tan débiles.
Twitter: @marcosblancoh
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