La Otra Crónica: confianza


Foto: Ángel Sánchez
El estado mental, aquel que inhibe la desconfianza y llena los pulmones de moral, es el que provoca que partidos como el del Celta el pasado domingo terminen inclinándose hacia el lado celeste de la balanza. Fue un partido ante un gran equipo que en otras ocasiones, quizá en otras temporadas, hubiésemos terminado perdiendo. Pero en el actual estado de gracia del equipo, decir que sale todo es quedarse corto.

A pesar de que no empezó del todo bien el encuentro, porque obviamente el Villarreal es uno de los equipos fuertes de la categoría, destinado a luchar por Europa y desde la jornada 0 uno de los rivales directos del Celta en ese sueño que cada vez es más plausible. Fueron 20 o 25 minutos de dominio castellonense, con una presión endiablada que elevaba a los de Marcelino al cielo futbolístico. Salvo, claro está, en lo más importante: apenas dos ocasiones claras computadas para el equipo local pese al dominio.

Es mérito del Celta. Se supo sufrir y tener paciencia, abogar por arroparse a la espera de que los amarillos perdiesen fuelle. Y así ocurrió, desde luego. Los del Toto Berizzo apretaron líneas, hicieron incómodas las transiciones del Villarreal y esperaron su oportunidad con calma. Esta llegó en los pies de Orellana, el Stephen Curry del fútbol. Desconectado hasta ese momento, el chileno se giró y ante la pasividad de la zaga rival decidió ponerla lejos del alcance del guardamenta. Un golazo que enmascaraba el sufrimiento del Celta hasta ese momento y que sirvió para desenmarañar la tela de araña y hacer crecer a los vigueses.


¡Qué nivel a partir de entonces! Hasta tres ocasiones claras (¡clarísimas!) tuvo el Celta a partir del 0-1. La realidad es que el resultado al descanso pudo ser francamente abultado para los celestes, pero la mala fortuna o el desacierto hicieron que lamentásemos el pitido del árbitro. El Villarreal, mazado y casi hundido moralmente por el trabajo desechado, estaba en K.O. técnico.

Y más lo estuvo cuando al comienzo de la segunda parte un buen Tucu Hernández provocó la segunda amarilla de Bailly. Su torpeza dio todavía más alas al Celta que a partir de entonces desconectó casi definitivamente al Villarreal a través de largas posesiones de pelota y geniales transiciones ofensivas que solamente Iago Aspas se encargó de inutilizar. Y como somos del Celta y no del Madrid, era evidente que íbamos a sufrir. Merecía el Celta la goleada, pero el desacierto provocó una jugada aislada que llegó a los pies de Denis Suárez, la vieja perla viguesa. Un chut aparentemente sin peligro toco en Hugo Mallo despistando a Sergio y colándose entre los tres palos.

Una vez más el Celta no era capaz de hacer valer la superioridad numérica con claridad. Faltan menos de 20 minutos y el golpe desconcertó al Celta. La ansiedad se apoderó del técnico y sus jugadores provocando ataques muy frontales e incluso demasía de balones largos a la espalda de una defensa ordenada como la de Marcelino. Un juego que en nada beneficia al Celta y que cesó cuando Berizzo situó a Bongonda en la izquierda (como debe ser) centrando de paso a Nolito para que jugase con libertado. Fueron 5 o 10 minutos en los que el Celta lo buscó y la confianza hizo el resto. Orellana, como Curry, se inventó un triple lejano que lamió el aro pero allí estaba Nolito, cual Iguodala, para rematar la jugada.

Éxtasis, tres puntos y empatados en la cabeza de la tabla con los dos gigantes del fútbol español. ¡Qué bien supo! Este Celta, lleno de confianza, no se da nunca por vencido. Ahora toca, como en aquella legendaria noche contra el Barcelona, volver a soñar. Con los pies en el suelo pero sabiendo que Balaídos es un campo difícil para todos. Que el Madrid vendrá con bajas y quizá cansado de su lucha en Champions League. ¿Por qué no soñar? Hasta que esta confianza sin límites nos lo permita, es obligatorio hacerlo.

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