En el partido del domingo que enfrentó al Celta, hasta bien
entrada la segunda parte líder de la categoría, contra la Unión Deportiva Las Palmas,
recién ascendido y claro favorito al sufrimiento esta campaña, quedó clara una
cosa: la culpa la tuvo Pablo ‘el Tucu’ Hernández. Todo lo malo que les ocurrió
a los locales y lo bueno que les pasó a los visitantes nació y murió en su
figura. No cabe duda, un grupo importante de aficionados celtistas arremetieron
contra el argentino y bien sabe Dios que la afición es soberana. El celta jugó
mal, muy mal; porque Pablo Hernández estaba en el campo. Incluso cuando Berizzo
lo retiró del terreno de juego y a la contra Las Palmas culminó la faena con el
gol del empate, la culpa fue del Tucu. Desde el banquillo se le vio arengar a
los canarios, deseando todos y cada uno de los males que les pudieran ocurrir a
los vigueses.
También fue culpa del Tucu el error garrafal entre Jonny,
Fontàs y Sergio que metió en el partido a los de Paco Herrera. ¡Debería haber
estado allí, presionando al rival o incomodándole! Tras el 2-0 y la
superioridad durante casi todo el grueso de partido, fue culpa del Tucu Hernández
que el equipo relajase la presión y cediese campo a los isleños. Quedó claro
que fue él quien imploró a sus compañeros para que no metiesen la pierna y
bajasen el ritmo, no vaya a ser que el rival pudiera llevarse una goleada.
También fue su culpa la relajación en el córner del 3-2. Mientras
la pelota era lanzada, Hernández hubo de decirles a sus compañeros que mejor
era ver cómo paseaba el balón por el área. Del resto ya se encargaba él:
introducirlo en la portería tras la invención del chino Araujo era algo ya
acordado. ¡Encima de culpable, con premeditación!
Cuando el partido se ponía venenoso, con Las Palmas
dominando el juego a través de la contra y con un Celta muy nervioso, también
fue el Tucu el que decidió lo que habría de ocurrir. Pidió el cambio al Toto
Berizzo, incluso le aconsejó que lo mejor era situar a Guidetti al lado de
Aspas y que tanto Orellana como Nolito se pegasen también a ellos dos y bien
abiertos en banda. Mientras iba hacia el banquillo, fue el Tucu el que le
susurraba a Berizzo que la mejor idea era partir en dos al equipo para
facilitar la ida y vuelta para favorecer lo propuesto por los pupilos de
Herrera. ¡Normal que le pitasen cuando se retiraba, ya iba conspirando!
Tras el empate, el Tucu fue también el jugador que decidió la
forma de jugar precipitada y absurda a partir de entonces. Con su pizarra mágica
delineó grandes jugadas: balones largos con los delanteros de espaldas, pases
previsibles y defensa adelantadísima para que los atacantes canarios pudiesen
correr. ¡Un genio! Debieron silbarle más, porque lo cierto es que se empeñó en
que perdiésemos el partido. Lástima que Wakaso, un poco pasado de vueltas, no
entrase en el malévolo plan de Pablo Hernández, villano entre villanos.
Por supuesto que los goles del Celta nada tuvieron que ver
con el Tucu, ni siquiera el tercero en el que colaboró con la presión para
robar el balón en zona peligrosa. ¡Para nada! Eso era una mera maniobra de
distracción, porque todos sabemos que la culpa fue del Tucu. Esos silbidos
estaban merecidos, porque todos sabemos que el Celta es como el Real Madrid o
el Barcelona: ha de ganar siempre y sus jugadores deben ser de élite mundial. No
existe otra opción ya que nunca hemos pisado la Segunda División y nadamos
entre glorias y éxitos. ¿Quién es este Tucu que viene a boicotear la carrera
por la Liga de
este Celta imbatible? ¡Pítenlo! O mejor, ¡échenlo! Que no deshonre nuestra
camiseta como nosotros no deshonramos nuestro escudo al exigir con nuestros
insultos, protestas y ruido de vientos que nuestro equipo gane sí o sí. ¡Ya está
bien!
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