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Foto: Xoan Carlos Gil |
Uno de los regresos más esperados a Balaídos era el de Iago Aspas. Lo era para la afición celeste, y lo era para el jugador, que tuvo la oportunidad de ser titular en el estadio que le encumbró futbolísticamente. Allí, donde un día marcó dos goles salvadores ante el Alavés, o donde cimentó el ascenso del equipo a Primera División. En ese mismo césped sobre el que un día destrozó la cadera de Colotto para asistir a Natxo Insa en el gol de la permamencia.
Aspas conoce muy bien el terreno que iba a volver a pisar. Y conoce también el túnel que lleva desde los vestuarios hasta el terreno de juego. Conoce las caras de los celtistas que adornan sus paredes, conoce a los recogepelotas, con los que se mostró cariñoso, y conoce a los jugadores contra los que se va a enfrentar, a los que abrazó y con los que bromeaba antes del partido. Pero sobre todo conoce a Orellana.
Arrancó el partido y no tardamos en ver la mejor versión de Aspas. Toca y se mueve. Sabe de fútbol, no hay duda, y además tiene una calidad increíble. No descubrimos nada que no sepa ningún celtista. Pero además sabe mostrar respeto. Participó en el gol y lo celebró con discreción. Fue discreto incluso en la protesta que le costó la tarjeta amarilla. Puede que conozca muchas cosas del Celta, pero también lo conocen a él, como demostró Krohn-Dehli forzando su amarilla. Protestó sin aspavientos.
Su alianza con Gameiro preocupaba al celtismo, que respiró aliviado cuando vio el dorsal 14 del Sevilla en el cartelón. Todos los goles duelen, pero uno suyo tal vez un poquito más. Entonces sí, ya se podía aplaudir a rabiar a su ídolo. Medio estadio levantado, homenajeando a uno de los héroes del siglo XXI. Aspas respondió al aplauso, con discreción. Hay historias de amor que ni el tiempo logra borrar. Solo hay que esperar un poquito más.
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