Papá, ¿Por qué no somos del Celta?


Foto: Denis Doyle
Alex entró a Balaídos de la mano de su padre con la ilusión de ver a Cristiano Ronaldo, a James, a Casillas y a todos esos jugadores de los que le hablaba su padre, a los que veía por la tele y en las camisetas de sus compañeros de colegio. En el estómago ese cosquilleo que sienten los niños cuando ven cumplido uno de sus sueños. Con curiosidad, repasaba los detalles de ese edificio que tantas veces había visto al pasar por la zona y en el que nunca había entrado. Debajo de su chaqueta, una camiseta blanca y en el bolsillo de su padre un rotulador para que sus ídolos estampasen su firma en ella. 

Con los ojos brillantes, Álex no se perdió detalle de lo que hacían sus héroes durante el entrenamiento. Seguía con atención las carreras de Ronaldo, los gambeteos de James con el balón, veía con curiosidad a ese pequeñito al que no conocía, y estudiaba con detalle el calentamientos de los porteros, en especial el de Casillas. Se marcharon, pero no tardaron en volver a aparecer mientras el estadio cantaba una canción que a Álex le llamó la atención. -¿Qué cantan papá?, preguntó, sin encontrar respuesta en su progenitor.  Sentía curiosidad. Le había gustado el ambiente que se vivía fuera. Sospechaba que todo el mundo sería del Madrid, nunca había visto otra cosa, y se sorprendió al ver a tanta gente con la camiseta del Celta. Dentro del estadio le entusiasmó el colorido, los cánticos, las bufandas al viento. Era una sensación que le agradaba. 

El partido comenzó y fue una locura. Álex no había visto nunca un partido en directo, así que tenía que adaptarse a las diferencias con la televisión. No había repeticiones, pero todo era mucho más real, más cercana, casi se podía tocar. Aquello le estaba enganchando. Marcó el Celta, remontó el Madrid, lo que celebró con euforia, y unos minutos después volvió a marcar Santi Mina. Aquellos de celeste, que apenas conocía, estaban llamando la atención de Álex. No eran famosos ni salían en la tele, pero jugaban muy bien. 

En la segunda parte se resolvió el partido, pero para entonces Álex ya no lo celebró con entusiasmo. Casi todas las jugadas de ataque eran de los celestes. -¿Por qué el Madrid no tiene el balón nunca, papá?. Tampoco encontró respuesta esta vez. —¿Quién es el número 10 del Celta?- Nolito, respondió. - ¿Y siempre juega aquí, al lado de casa?. Lo hace cada quince días, a veces incluso antes. 

Con el paso de los minutos, Álex empezó a preguntar los nombres de los celestes, aquellos que le estaban divirtiendo y que jugaban cada quince días en ese estadio al lado de su casa. Terminó el partido y de la mano de su padre se acercó al autobús del Madrid. Lo hizo todo lo que pudo, porque era imposible. No obtuvo firma, ni sonrisa, ni saludo, ni una caricia por parte de sus ídolos. Ni tan siquiera los vio. Como flechas corrieron al bus y se fueron. En la puerta de al lado, con tranquilidad, salían los jugadores del Celta. -Papá, ¿ese es Nolito?. -Sí, hijo, ¿Te quieres sacar una foto con él?. Dada su experiencia anterior, Álex no lo veía claro: -¿Podremos?. 

Se acercaron y se hicieron una foto con Nolito y con los que fueron saliendo detrás de este. Todos y cada uno de ellos se pararon y fueron cariñosos con él. Reparó en que esos hombres que se pararon con él, esos que siempre tenían el balón, juegan cada quince días al lado de su casa, y llevan el nombre de su ciudad en su nombre y los colores de Galicia en su camiseta, y sintió muchas ganas de volver a verlos, de sentir nuevamente el olor del césped, el ruido del estadio al celebrar un gol. Ya de vuelta a casa se paró y preguntó a su padre. -Papá, ¿Por qué no somos del Celta?. 

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