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MIGUEL ÁNGEL POLO |
No acostumbra a llover en Valencia, pero cuando lo hace es con intensidad. Ayer tarde cayó sobre la ciudad del Turia un chaparrón de agua y buen fútbol, como si el Celta se lo hubiera traído todo desde Galicia. En medio del aguacero los de Berizzo vencieron y convencieron ante un rival tan pobre como la objetividad de su técnico. Partido de empate, sentenció el bueno de Lucas Alcaraz. Bromas aparte, fue tan superior el Celta que lo agónico de la victoria no alcanza para hacer justicia. Una goleada hubiera correspondido en mejor medida a la ambición de un equipo que dio el penúltimo paso hacia la ansiada permanencia.
Muchas críticas ha recibido Eduardo Berizzo a lo largo de la temporada. La mayoría, por cierto, muy merecidas. Nadie le discute la valentía en la propuesta, a veces incluso el exceso de ella. Pero sí se le reprocha su gestión de recursos y la lectura de los partidos, la infrautilización de la plantilla y el inmovilismo para manejar el banquillo. Lo cierto es que anoche adoleció de ambos defectos y el equipo lo agradeció. Supo leer la racanería que propondría el rival y apostó por un once más ofensivo, decidido a monopolizar la pelota y perseguir el marco rival. Recompensó el esfuerzo de Santi Mina, quien llevaba tiempo pidiendo una oportunidad. Y hasta aportó rapidez y eficacia en los cambios. Dos de ellos, los de Tucu Hernández y Charles, protagonizaron el premio final en forma de gol, tardío pero merecido. Acierto en el planteamiento y también en la reacción. Éxito final.
El camino hacia el triunfo resultó desesperante. El Celta goza de un extraño poder en el Ciutat de Valencia. Al Levante se le atribuye históricamente la capacidad de plantear encuentros cerrados, trabados, de poco fútbol. En cambio el Celta consigue convertirlos en eléctricos y vistosos. Lo hizo el curso pasado, donde Luis Enrique y Caparrós se batieron en un sinfín de oportunidades que Nolito desniveló hacia el lado visitante. Esta vez el dominio celeste fue mucho más notorio. Los locales apenas llegaron al marco de Sergio mientras Orellana y Nolito pululaban con libertad en las inmediaciones del área granota. Las oportunidades se sucedían sin encontrar la red y la amenaza del gol injusto danzaba en el ambiente.
Un Orellana algo efectivo hubiese liquidado el choque rápidamente, pero la portería parecía tapiada para él. Tampoco Nolito ni Mina encontraron su diana. De la defensa pocas noticias más allá del clásico combate con Barral. Jonny y Mallo fueron cada vez más centrocampistas a medida que el tiempo corría y el gol no llegaba. Tuvo que aparecer el Tucu Hernández para poner la pausa necesaria en la frontal del área. Nolito recogió el esférico y regaló el tanto a Charles. Entonces comenzó a llover con violencia mientras los espectadores corrían para buscar refugio a la tormenta y al suplicio que plantea su equipo. Tercer 0-1 del Celta en otras tantas temporadas en Orriols. Campo talismán.
Victoria importante que acerca los 40 puntos antes del parón y de la visita del Barça. Los fantasmas se alejan volviendo al camino original. Con Radoja o con Mina, más conservador o más atrevido, Berizzo debe darse cuenta de que este equipo sólo es feliz con la pelota en los pies y la portería en la cabeza. También debe constatar que tiene mejor plantilla de lo que cree y que sus hombres de segunda línea pueden aportar cuando no se limita su participación a los minutos residuales. No hay duda de que el objetivo principal se va a cumplir, más tarde o más temprano. La pregunta es si ese debió ser de inicio la meta de la temporada. Y es que pelear por lo mismo que este Levante es falta de autoestima o de ambición. O de las dos cosas. Tiempo queda todavía para ajustar la posición final a la calidad del conjunto.
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