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Foto: Salvador Sas |
Como en aquella mítica película de Elia Kazan con un jovencísimo
Warren Beatty, el Celta fue en la tarde de ayer (fútbol en domingo, ya se
echaba de menos…) un adolescente esplendoroso que no pudo con un equipo maduro
y diseñado para viajar por Europa. Nadie se echaría las manos a la cabeza si
hablamos del mejor partido celeste en lo que va de temporada y, paradójicamente,
se corresponde este con la primera derrota y el marcador más abultado. No es
que el Celta mereciese el empate, es que probablemente mereciese incluso la victoria
a tenor de lo visto en el campo y de las ocasiones computadas.
Pero el Villarreal es mucho Villarreal. Y Marcelino un gran
entrenador. Lo que aprovechó el ‘submarino amarillo’ fueron los pocos errores
defensivos de los vigueses para, en cuestión de un minuto, inclinar el marcador
hacia su lado con dos goles de ventaja que sin duda eran mucho botín para tan
poco mérito. Hasta entonces habían sido los del ‘Toto’ Berizzo los que habían
llevado el peligro y la voz cantante. Las tuvo Orellana, uno de los jugadores más
destacados de la primera parte, y comandó el de siempre: un Michael Krohn-Dehli
que merece renovación de por vida al color celeste del cielo que lo contempla. Cuánto
vamos a sufrir cuando ya no vista nuestra camiseta.
Empecemos, sin embargo, por lo táctico. Berizzo fue
inteligente situando a Radoja entre los centrales a nivel defensivo
persiguiendo con ahínco a un Uche que se las vio y deseó para entrar en juego. Funcionó
esa apuesta durante cerca de sesenta minutos, hasta que al serbio le duró la
gasolina. Por su parte, Fontàs se encargó de Gio Dos Santos y el mexicano
tampoco entró mucho en juego hasta que un Álvarez Izquierdo horroroso decidió
amonestarlo injustamente y condicionar su intensa presión para el resto del
partido. Estaba, por lo tanto, bien plantado el Celta en el campo a nivel
defensivo y saliendo con peligro con el balón en los pies. La presión fue
intensa, sí, pero en zonas del campo más adecuadas y de forma más progresiva.
Y cuando mejor estaba el equipo, siendo el Villarreal
maniatado y con pocas opciones para salir como le gusta, fue una pérdida tonta
de Radoja la que provocó el primer gol de Moi Gómez. Desajuste defensivo que se
repetiría nada más sacar de centro con un Fontàs descolocado y un Planas
perdido que, por consecuencia, dejaron toda la banda izquierda descuidada para
que el balón llegase otra vez a Moi para anotar un golazo desde fuera del área.
Fue ese minuto de cortocircuito el que lastró todo el partido del Celta e
incluso pudo ser peor tras una mala salida de Sergio en un córner que por
suerte no terminó entre los tres palos.
Pero el Celta reaccionó. En otros tiempos más desastrados,
lo normal hubiera sido bajar los brazos. Hoy podemos decir con orgullo que ni
un 0-2 puede dejar tranquilo al contrario. Se incrementó la presión hasta tal
punto que los castellonenses se encerraron en su campo con la imposibilidad
total de salir de su área. Fue así como Nolito robó un balón que terminó en los
pies del talismán de Balaídos, un Joaquín Larrivey que no perdonaría a un
excelente Asenjo en la tarde de ayer. Pudo marcar antes el gran danés ‘Dehlicatessen’
instantes antes, pero el portero amarillo se lució con una estirada tremenda.
El gol llegó justo antes del descanso y dio alas a un Celta
que creía (y mucho) en la remontada. Cerca de 25 minutos del segundo tiempo
transcurrieron en campo visitante merced al avasallamiento local. Ocasiones
claras y otras no tanto hacían ver que el gol del empate (e incluso el de la
victoria) podían llegar tarde o temprano. Pero lo leyó bien Marcelino: viendo
que perdía el medio del campo introdujo a Jonathan Dos Santos y a Cani para
controlar de nuevo el partido. Se frenó el ímpetu celeste hasta que entró un
ansioso Madinda para recuperar el aire perdido. De nuevo avalanchas que se
sucedían una y otra vez con el riesgo que suponía el contraataque del
Villarreal. Y, tras una pérdida de Krohn-Dehli, llegó la expulsión de Fontàs
tras una ley de la ventaja incomprensible. Justa tarjeta amarilla, pero penosa
la gestión del árbitro de los tempos del partido.
Los cinco minutos que quedaban, ya a la desesperada, fueron
un quiero y no puedo. Llegó a la contra el 1-3 y el partido se diluyó pudiendo
acabar incluso en una engañosísima goleada. Ha de servir este duro golpe para
plantar los pies en la hierba. Y ha de servir, también, para demostrar que este
Celta comienza a ser esplendoroso. Que su juego no tiene nada que envidiar al
de uno de los equipos llamados a pelear por puestos europeos. Una doble lectura
que, sin duda, nos servirá para partidos futuros.
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