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Foto: Marta G. Brea |
El Celta estrena la temporada un día después de cumplir 91 años. Un club cuya existencia está determinada por su cuna. No fue fundado por la necesidad de ser, surgiendo de la nada, sino por la de unir energías que preexistían. El Celta no es tanto un club cristiano como budista, de alma transmigrada. Otros desaparecieron para reencarnarse en él y esa es la responsabilidad que tiene en cada paso que da: que aquella renuncia de la que surgió valga la pena. Lo que el capitán John H. Miller, interpretado por Tom Hanks, le dice al soldado Ryan en su agonía: "Hazte merecedor de todo esto".
Ahora puede parecer un proceso lógico y sencillo de aceptar. Pero muchos se opusieron a aquella fusión propuesta por Hándicap. Entendían que la desaparición del Vigo y del Fortuna empobrecería al deporte vigués. Argumentos consistentes para la época. Aquel balonmpié de borceguíes y pañuelos en la cabeza concedía espacio al crecimiento de todos cuando los torneos eran mayormente vecinales o galaicos. Carecía de aparente sentido renunciar a la pluralidad. Hoy sabemos que la ciudad no sería capaz de tener dos proyectos de élite debido a las exigencias empresariales modernas. El Celta es un club importante en España porque los miembros del Vigo y el Fortuna, a los que hay que suponer un inmenso amor por sus entidades, renunciaron a ellas. Que fue renunciar a sus identidades para construir una nueva. El Celta lleva 91 años ligando a personas distintas en una misma emoción. Tal fue la capacidad visionaria de quienes lo concibieron.
Aunque quizás ni siquiera Hándicap, si bien puesto en las novedades internacionales, pudo soñar este Celta del siglo XXI. Un equipo que ha completado el ciclo y enriquecido su mezcla. Se alejó de los jugadores propios para entregarse a los foráneos y hoy descansa sobre todos ellos. En el videomarcador se anuncia la alineación al modo del Mundial, con cada jugador realizando un gesto. No Borja Fernández, que es una foto estática porque nadie lo presentía titular cuando se efectuaron las grabaciones. Nolito se cruza los brazos con seriedad. Krohn-Dehli resulta el más entusiasta, agarrándose el escudo con gesto de furia. Un gallego que claramente sube aunque no se perciba por culpa de la tecnología, un andaluz serio y un danés cálido. El Celta subvierte los tópicos porque es la patria común.
El Celta actúa, en consecuencia, como un sentimiento transversal. Que liga pasado y presente en los cánticos de Lío en Río, que mantiene el "gol de Welliton" a la vez que le compone un canto a Larrivey. El futuro lo ponen los chicos de las categorías infereriores que se presentan al respetable durante el descanso y dibujan la palabra "canteira" sobre el césped. El Celta es tan grande ni siquiera se contiene en los límites de su propia plantilla. La mención de Roberto Lago en la alineación rival despierta una ovación.
La fusión se propuso para crear un equipo robusto. Pero nadie prometió jamás la victoria. Lo sabe la afición cuando reacciona con ánimos al gol del Getafe. Y tampoco nadie juró sobre la Biblia que el Celta encandilaría siempre con su juego. "Fútbol de salón", cantan las gradas, que en otras épocas jalearon el fútbol de barro y sacrificio. Y algo queda de esa memoria porque Nolito provoca el mismo entusiasmo con sus regates que con sus carreras en el repliegue.
Fiesta completa en Balaídos.Por el resultado, el juego, el sentimiento de sentirse familia, la continuidad que la cantera asegura... Fiesta porque los celtistas, si visitasen las tumbas de aquellos del Vigo y el Fortuna, podrían preguntarles: "¿Somos merecedores de vuestro sacrificio?". Y el viento les respondería: "Por supuesto".
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