El retorno de 'O noso derbi'


El gallego, que entre otras muchas cosas es futbolero por naturaleza, alberga en los últimos tiempos recurrentes imágenes de un pasado más lustroso donde conviven en armoniosa rivalidad goles ganadores de 'Turu' Flores, genialidades de todo tipo de Mostovoi y Djalminha o desafortunadas lesiones que, entre las lágrimas de arrepentimiento del rival, acaban con la brillantez de carreras como la de Manuel Pablo.

Ha pasado más de una década desde que Celta y Deportivo eran miembros indiscutibles no sólo de la vanguardia de la Liga, sino también del fútbol europeo. Noches mágicas de Champions y UEFA ante rivales de incontables quilates a las que acompañaban, al menos dos veces al año, encarnizados derbis donde se jugaban mucho más que tres puntos y bastante más que la pélvis.

Los dos grandes conjuntos gallegos protagonizaban brutales encuentros cuya intensidad, aunque rozaba la demencia, pocas veces dejaba llegar la sangre al río. Había una manifiesta repudia y animadversión. Temporadas instaladas en la grandeza donde el error de uno era vivido como triunfo por su vecino.

Pero llegó 2004 para despedir doce temporadas consecutivas del 'derbi galego'. Se codeó ese mismo año el Celta con las estrellas europeas; pero la realidad doméstica - sumada a un histórico 0-5 del Deportivo en Balaídos - devolvió a los vigueses al infierno.

Hubo júbilo en A Coruña, aunque pronto se transformó en saudade. Extrañaban los de las Rías Altas a sus vecinos del sur, con los que se reencontraron en 2005 y 2006, para no volver a verse las caras hasta la temporada 2011 en Segunda.

Nació en ese instante, en el momento de mayor decadencia del fútbol gallego, el concepto de 'O noso derbi' ('Nuestro derbi'). Del desprecio se pasó al respeto. Uno inmenso que se demostraba con una voracidad extrema para ganar; pero a la que no acompañaba odio, sino una especie de inconfesable cariño.

Se dieron cuenta ambos conjuntos de que, por mucho que en Vigo en verano brille el sol y en A Coruña no; por mucho que unos se empeñen en expatriar a su rival a Portugal y otros peleen porque los coruñeses sean considerados otomanos; ambas ciudades, y sus gentes, están íntimamente unidas.

Terminaron por asumir que la vida del uno sin el otro era mucho menos divertida; nada feliz. El año que viene, como era lógico, volverán a reencontrarse.

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