Eduardo Berizzo, que militó en el Celta entre enero de 2001 y junio de 2005, se rompió el tobillo en Son Moix en febrero de 2002, en un partido contra el Mallorca que el Celta ganó por 0-1, poniéndose líder. La fractura resonó en el estadio. El consejero Fernando Mosquera fue a buscarle los medicamentos. Cuando regresó al hotel, Berizzo ya estaba instalado en la habitación. Mosquera empezó a lamentarse por cómo su ausencia afectaría a la escuadra. Berizzo lo detuvo.
- Preócupese también por la persona, Fernando.
- Tienes razón, Toto. Perdona.
A la mañana siguiente, el central apareció en el aeropuerto sosteniéndose sobre unas muletas. A nadie se le escapaba la gravedad de su lesión ni su impacto sobre una escuadra en la que ejercía como referente espiritual. Hasta los periodistas estaban demudados. Berizzo se les acercó.
- Que esto es al revés, que no soy yo quien les tiene que animar.
Y aún añadiría otra frase, decorándola con su amplia sonrisa.
- Les dejo líderes. A ver qué hacen.
El Celta concluyó quinto aquella campaña, una vez más al borde de la Liga de Campeones, clausurando la etapa de Víctor Fernández, quien había pedido su fichaje a Félix Carnero. El Toto también jugaría a las órdenes de Miguel Ángel Lotina, Antic, el tándem Sáez-Carnero y finalmente, ya en Segunda, Fernando Vázquez, el que decidió prescindir de él tras el ascenso. El Toto abandonó la sede de Praza de España un mediodía, bajo un sol de justicia. Cuando se quitó las gafas de sol, a los ojos se le asomaban las lágrimas. Se fue casi de incógnito, entre los sustos y fastos de aquel "doble" ascenso. Balaídos se lo compensaría cuando regresó en las filas del Cádiz, donde cerraría su carrera como jugador. "Berizzo, Berizzo", tronó el estadio. Como seguramente sueña que vuelva a corear ahora que regresa.
Son escenas que definen al Toto. Sereno, carismático, sensible, líder en la acción y en la palabra, con la que es preciso y elegante. No por retórica vacía, sino como recurso útil. Fernando Mosquera recuerda otra imagen. José Luis Santomé, eterno fisioterapeuta, masajea las piernas de Mostovoi, que lleva varios días tocado y duda si jugar. Mostovoi es de personalidad contraria al Toto. Tiende al hermetismo. Es fácil de lastimar. Desconfía. Pero el argentino sabe cómo hablarle. Le susurra:
- Tienes que jugar, Mosto. Te necesitamos. Lo eres todo para el equipo.
"Eduardo se implicaba mucho en el vestuario", explica el exconsejero. "Tiene el verbo fácil, argentino. Sabía cómo hacer llegar su mensaje a los compañeros". Incluso aunque les duela. En la pretemporada en Francia, tras el descenso, concede una entrevista y advierte contra los egoísmos particulares. Juanfran, que está intentando forzar su salida al Besiktas, se lo toma como un recado directo. Entra en la cafetería hecho una furia. "Gracias, eh, Eduardo". A Berizzo no se le agitará ni un músculo del rostro.
Su amor absoluto por el fútbol es otra característica que a nadie se le escapará en aquellas campañas. "No digo que yo supiese que iba a ser entrenador, pero cuando lo vi como ayudante de Bielsa todo me cuadró", asegura Mosquera. "Tenía mucha inquietud por todo lo relacionado con el fútbol. En Vigo empezó a sacarse el carnet".
"Berizzo era muy respetuoso con todos. Hablaba con todo el mundo en A Madroa", prosigue Mosquera, que le desea "la mayor de las suertes" en su nuevo cometido en el Celta. Eugenio González refrenda ese carácter comunicativo. González ejerció de hombre de confianza para muchas generaciones de jugadores célticos. Conoció al Toto en la intimidad. Mantiene la amistad con él. Lo retrata como "austero, profesional, viviendo exageradamente para el fútbol".
Era, en ese sentido, diferente al astro celeste habitual en la época. Berizzo huía de la noche y era incluso el primero en retirarse de las cenas del club. Prefería residir en un piso el centro, en vez de en algún chalet. Adoraba mezclarse con la gente "y hablar, hablar mucho". En Luces de Bohemia, su cafetería de cabecera, departía largamente con el paisanaje. "A Eduardo le gusta mucho la gente". Y en cabeza de sus prioridades está su familia. Sus hijas María e Inés, que estuvieron con él en Vigo, y a las que añadiría después al varón, Mateo; y su mujer Valeria, su mejor consejera.
Quizás el nuevo cargo o las vivencias hayan alterado esa actitud abierta al mundo. Es uno de los interrogantes, aunque sus próximos lo descartan. Esperan al mismo Berizzo, un tipo recio, que en el vestuario se comportaba como un padre;capaz a la vez de conmoverse como un niño. Es el Berizzo que se fue expulsado de Riazor mirando desafiante a las gradas: Y el que lloró abrazado a Eugenio González sobre el césped de La Cartuja, el día en que se perdió la final de Copa. El Toto vuelve a casa.
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