Foto: Jorge Landín |
Llegó el Celta a Balaídos prolongando la caraja de Vallecas.
Y claro, una Real Sociedad que corre y juega se comió a los vigueses en los
primeros quince minutos sin discusión alguna. Apostaba el Lucho extrañamente
por Cabral y Aurtenetxe en el centro de la zaga, pareja de centrales que ni
funcionó al principio de la temporada ni funcionará por mucho que el asturiano
se empeñe. Llegó por pasividad defensiva, sobre todo en la presión, el primer
gol del encuentro. Obra de canales tras disparo seco en la frontal que quizá sí
o quizá no pudo detener Yoel. No lo hizo y la situación, visto lo visto en el
campo, parecía irremontable.
Por fortuna no fue así. Nos tiene acostumbrados este Celta a
subir marchas tras recibir un gol. Pasó ya en el partido que enfrentó al equipo
olívico con los donostiarras en el partido de ida. Y pasó en innumerables
ocasiones como contra el Getafe. Pero en esas ocasiones hay un denominador común:
falta tiempo para culminar la remontada y el empate es el botín con el que hay
que conformarse. Y este empate, por suerte, sabe mejor que ningún otro.
Decíamos que el Celta se revolucionó con el gol visitante. Rafinha
se puso a jugar (o al menos lo intentó entre patadas, agarrones y empujones) y
Augusto a correr. Fue clave en la reacción del equipo su intercambio de
posiciones. Empezó el argentino en el medio y el brasileño en el extremo
derecho. Pronto se dieron cuenta, con el beneplácito de Luis Enrique, que José Ángel
sufriría más ante las galopadas de Augusto. Y sí, ¡vaya gusto! A partir de ese
cambio el argentino galopó, dribló y asistió. Tras una jugada que arranca en
campo propio tras robo, el internacional por Argentina mareó a su marcador,
percutió en diagonal y cruzó un balón al desmarque de un Mario Bermejo que se
ganaba por empeño y buen oficio la titularidad. Iñigo Martínez, que ya tenía
amarilla por pillería del propio Bermejo, llegó tarde y derribó al cántabro. ¿Penalti
y segunda amarilla? Con Estrada Fernández de por medio solamente se podía dar una de
dos.
Con algunas dudas por parte de la grada, provocadas
principalmente por la situación del linier, no se sabía si era pena máxima, córner
o saque de puerta lo que el colegiado había señalado. Por suerte señaló el
punto de penalti y Nolito agarró el balón. Empate tempranero y un ánimo
renovado para un equipo que ya se empezaba a comer con patatas a su rival. La Real , con una falta de ambición
asombrosa en la tarde de ayer, dio uno o dos pasos atrás y el Celta lo aprovechó
para meterse en el partido. Claro que estaba por allí Jon Aurtenetxe,
sobre-revolucionado quizá por su condición de athleticzale. Horrendo en la salida del balón, lento al cruce, torpón
en todo lo que hacía. Bien es cierto que el gol de Griezmann viene provocado
por un mal despeje de Cabral, pero el defensa vasco tarda una eternidad en
reaccionar y el francés empala el balón con toda la tranquilidad del mundo para
conseguir la diana.
Al borde del descanso y con una sensación de tristeza
profunda: el Celta, salvo en los inicios del encuentro, no había sido inferior
a su rival. El empate era el resultado lógico pero fueron los errores propios
los que desnivelaron la balanza. Quedaba todo un mundo, toda una segunda parte
por delante, hasta que de nuevo Aurtenetxe decidió hacer un regalo al rival. Tras
un mal control, entradón imperdonable a Carlos Vela y roja directa. Dados los
precedentes en cuanto a expulsiones celestes esta temporada, cabía esperar una
goleada para los de Donosti. Pero uno, a la postre, se pregunta si no sería una
decisión acertada la auto-expulsión del bueno de Jon ya que el equipo, fuera
por la falta de ambición rival o por el ímpetu de no desagradar a su afición
por parte de los celestes, mejoró ostensiblemente.
Ayudó y mucho la frialdad de Luis Enrique manteniendo a los
jugadores y sobre todo el esquema que estaba funcionando. Al contrarió que en
la ida y en Pucela, el equipo no se echó para atrás ni para arriba y se mantuvo
con la misma idea. Los realistas se dejaron ir y conformar, esperando una
contra que matase el partido. Esta no llegó y sí lo hicieron Orellana y Santi
Mina. Ambos se inventaron un gol cuando poco quedaba por rascar y sus acciones,
frescas y eléctricas, aprovecharon el desgaste que tanto Augusto como
Super-Mario habían hecho en la defensa de Arrasate en los minutos precedentes.
Llegó pues un empate que deja un buen sabor de boca. Son ya
37 puntos, pocas jornadas por disputarse y muchos equipos por detrás. Una
victoria más quizá certifique definitivamente una permanencia por fin
tranquila. Pero ya se sabe que el vigués, obrero de condición, está hecho para
sufrir y el ser celtista es una prolongación de dichas características. Toca no
despistarse y ganar en Almería. El optimismo se dispara, principalmente por la
ausencia obligada de Aurtenetxe.
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