El Celta regresa al pasado


ÓSCAR VÁZQUEZ

Déjà vu celeste en Balaídos. El Celta regresó al pasado en un partido para olvidar. Recordando épocas pretéritas, plagadas de errores defensivos e inocencia ofensiva, los vigueses firmaron su peor actuación de lo que va de año malgastando una oportunidad única para dejar la permanencia vista para sentencia. Tocará seguir remando en busca de esos 7 puntos que concedan el derecho a descansar en la orilla.
   
Luis Enrique dio una vuelta de tuerca más a la pizarra y optó por devolver a Oubiña a la sala de máquinas situando a Costas en el centro de la zaga. Todo combinado con una línea defensiva a la altura del mediocampo tratando de ahogar al Málaga. No dio resultado. La medular local salió con una marcha menos y los de Schuster, cómodos con el esférico, encontraron una vía de agua al espacio. Las disputas, los rechaces, las segundas jugadas… todas caían del bando malaguista. Pasividad absoluta extensible a la defensa del balón parado. Por ahí llegaron los dos zarpazos andaluces que permitieron el 0-2 al entretiempo. La empanada habitual en Balaídos, donde no se empieza ganando un partido desde agosto, había ido demasiado lejos.
   
Dos fueron los hombres señalados por el runrún del respetable. El primero, corroborado por Luis Enrique, un Borja Oubiña que evidencia su mal momento. El capitán no está y a cada partido que pasa ofrece más argumentos para los que reclaman su suplencia. El segundo, David Costas. Desaparecido de las convocatorias, el técnico asturiano decidió devolverle la titularidad. No estuvo a la altura, con fallos graves, aunque sin desentonar entre el pobre nivel general. Focalizar en un chaval de 18 años las causas de una derrota es irreal e injusto. Tan injusto como hipócrita el vanagloriarse y presumir después de cantera. La cantera, guste o no, es esto: errores presentes por éxitos futuros. Que se lo digan a Hugo Mallo, cuyo nivel actual costó muchas amarillas y algún que otro penalti en Segunda.
   
Ni con Rafinha en el campo, ni tras la expulsión de Duda estuvo el Celta cerca de soñar con la remontada. Si la primera mitad fue un despropósito defensivo, la segunda resultó ser una oda a la impotencia ofensiva. Ese equipo dinámico y creativo de otras fechas no apareció en ningún momento. Sólo Nolito y el propio Rafinha transmitían cierta sensación de peligro. El Málaga, preparado para apretar los dientes, vivió un final plácido que confirmaba la desdicha local. Era uno de esos días en los que no salía nada, semejante a aquellos vividos durante la primera vuelta y que parecían olvidados desde Nochevieja. Un borrón en el historial que urge olvidar.


El problema es que el Celta debe curar sus penas en el Camp Nou, mala plaza para capear el temporal. Llueve suave, pero ha vuelto a llover. Problemas que ya parecían superados vuelven a florecer con la primavera. Tienen los de Luis Enrique una semana para disipar las dudas y convertir esta mala noche de viernes en eso, una mala noche. Barcelona y Sevilla esperan. Los 33 puntos conceden margen para vivir en la tranquilidad, pero tampoco admiten relajación. El final del camino sigue a escasos metros y requiere de un último esfuerzo. Todavía queda.

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