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| RICARDO GROBAS |
Pasaban 20 minutos de las seis de la tarde y el Celta seguía
en la sobremesa, adormilado en un rincón del sofá tras una comida copiosa. Por
aquel entonces el Getafe ya se había adelantado en el marcador tras rondar los
dominios de Yoel en un par de ocasiones. El sol brillaba en Balaídos, pero
sobre el césped las luces permanecían apagadas. Tocaba remontada, el guión
habitual. La caraja inicial y la posterior reacción se han convertido en
costumbre a orillas del Lagares. Esta vez, a diferencia de las tres anteriores,
no llegó a tiempo para conseguir los 3 puntos.
Y no fue por no
intentarlo. Después de la siesta, el Celta despertó dispuesto a voltear el
partido. Inquietó a su rival primero, y tras la expulsión de Lisandro pasó
directamente a la fase de acoso. Sin desplegar su mejor fútbol, gozó de un
ramillete de oportunidades suficiente para remontar a un débil Getafe que vivió
todo el encuentro de una acción aislada. Lafita encontró un tesoro a la espalda
de Cabral y un resquicio en la portería de Yoel. A partir de entonces,
trinchera en la frontal del área y a capear el temporal.
El plan le dio
resultado ante la falta de veneno local. Antes y después de la expulsión, al
Celta le faltó inventiva en los últimos metros. Acertó Luis Enrique dando
entrada a Krohn-Dehli, que aportó más velocidad al esférico, y retirando del
campo a un Oubiña en un estado físico y mental muy preocupante. Tuvo que
aparecer la verticalidad de Rafinha para derribar el muro y abrir el camino de
la remontada.
Sin embargo, y con
media hora de superioridad numérica por delante, los celestes se perdieron en
el laberinto azulón. El asedio moría bien al borde del gol, bien sobre el
cuerpo de Moyá. Daba la sensación de que, tarde o temprano, el gol terminaría por llegar. “Ya entrarán”. No fue así.
Las caras a la
salida de Balaídos eran de ligera frustración. El nivel del rival y las
circunstancias del partido demandaban un triunfo que se buscó, pero que no se
supo encontrar. No obstante, poco más se le puede exigir al equipo. Los puntos
que hoy volaron se compensan con los que en su día llegaron sin quizás
merecerlo. La realidad es que el Celta vive una situación cómoda, instalado en
la clase media del campeonato y manteniendo su prudencial distancia con los
puestos de peligro. Por ello, pese al sabor agridulce del empate, es para estar
contentos.




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