La Otra Crónica: salió cara


Foto: Miguel Ángel Molina
Andalucía, tierra galaica. Eso pensamos todos cuando en el último minuto de un partido que se moría, Augusto Fernández empujó a las redes un balón despejado por Roberto Fernández. Por una vez el Celta vio cómo la balanza se inclinaba a su favor pese a que lo más justo hubiese sido un empate. Y, por una vez, salió cara. Se presentaban los del lucho de forma ofensiva. Por mucho que Lucas Alcaraz vaticinase un equipo rival más reservón, el entrenador asturiano quiso desquitarse con la alineación. Volvía Nolito al once tras unos cuantos partidos retrasándose Rafinha al medio del campo. Volvían también Gustavo Cabral y Augusto Fernández, los argentinos que a la postre servirían el triunfo con sus goles. El primero, con un partido acertado, el segundo, muy deslucido pese a su habitual lucha.

Sin embargo no empezó golpeando el Celta. Costó entrar en juego en parte por el pobre estado del césped que hacía perder el equilibrio a los vigueses por la falta de costumbre. El Granada, más directo y comandado por un gigantesco Iturra, dominó los primeros minutos del encuentro. Esperaba el Celta, pues, a una salida a la contra con la pólvora de la ofensiva. Pero ese arreón no le duró a los locales toda la primera parte. El desgaste físico en la presión se hizo notar y apenas un par de ocasiones claras se llevaron a la boca. Fue entonces cuando el Celta se hizo a sí mismo. Sin alardes, pero controlando un poco más el balón y ganando campo.

Y así, tras uno de esos gilicórners marca de la casa, llegaría el primer tanto. Rafinha, a quien da igual dónde se le ponga, se hizo superhombre y ganó la línea de fondo tras sentar al defensor granadino. Su centro, medido con guante de oro, sobrepasó a Roberto para ser remachado en plancha por un oportuno Cabral. Escenario inmejorable en un minuto perfecto, el Celta no dejó de crecer a partir del gol. Daba la sensación de que el segundo tanto llegaría más pronto que tarde, pero ya se sabe, los olívicos estamos hechos para sufrir.

Borja Oubiña, en su desastrosa tarde de ayer en lo que al pase se refiere, regaló un saque de esquina en posición franca y el resultado fue el habitual. Horrores le cuesta a este equipo defender a balón parado y El Arabi lo aprovechó quizá haciendo falta a Cabral en el salto. Sea como fuere, Mateu Lahoz a lo suyo y el 1-1 en el marcador. Revivió el Granada por virtud del Celta cuando ya parecía que bajaba los brazos esperando el descanso.

Y la segunda parte, claro, fue otra. Los locales se lo creyeron y el Celta se agazapó. Tan solo una contra bien llevada por Orellana que incomprensiblemente desaprovechó un por otra parte activo Nolito. Allí estaba el omnipresente Iturra para desbaratarla. Dominó el Granada más por empuje que por juego y, ciertamente, sus ocasiones no fueron nada del otro mundo. Pero el peligro estaba en el aire y los fantasmas del Espanyol demasiado recientes. Aunque el empate hubiera sido lo lógico, a nadie le hubiera sorprendido que el equipo local se hubiese adelantado en el marcador cuando el partido agonizaba. Luis Enrique, que lee entre líneas, retiró a Oubiña como enviando un mensaje al palco. Y el ansiado mediocentro que sigue sin llegar.

Pero, como decíamos al principio de esta historia, salió cara. Y vaya si salió. Nolito robó un balón en campo propio y armó la contra. El balón se movió a trompicones pero llegó a un recién introducido Krohn-Dehli, cuya fe y pundonor sirvió un balón envenenado que rechazó Roberto. Augusto, dotado del pulmón eterno, llegó al rechazo y empujó la pelota a la red. Ver para creer. Apenas tiempo para la reacción y el Celta se hacía con los tres puntos y la ansiada segunda victoria consecutiva. Otra vez en Andalucía. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que por fin, en lo que va de temporada, se empieza a poner tierra de por medio para con el descenso. Rivales por detrás y puntos de colchón. Sin duda ha de ser este partido el punto de inflexión.

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