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Foto: Jorge Landín |
Sorprendió a propios y extraños, por seguir la costumbre, un
Luis Enrique que dejaba en el banquillo a Borja Oubiña y a Augusto Fernández. Muchos
se temieron lo peor ante un Athletic Club que venía lanzado en Liga y que si
por algo destacaba era por la intensidad defensiva en el medio del campo. Los
Iturraspe, Mikel Rico y Ander Herrera se entonaban superiores en teoría a los
Rafinha, Álex López y Michael Krohn-Dehli por la parte celeste.
Pero como el fútbol es imprevisible, el partido se dio la
vuelta bien pronto teniendo en cuenta las expectativas de ambos conjuntos y sus
aficiones. El Celta, al menos en la primera parte, no tuvo rival. Se comió a
los bilbaínos con una intensidad brutal en todas las parcelas del mermado césped
de Balaídos. Quién lo iba a decir, Krohn-Dehli le ganó la partida en la sala de
máquinas al equipo de Ernesto Valverde ofreciendo su mejor versión como
improvisado Xavi Hernández danés. Pero es que a su ya conocida buena salida de
balón y frialdad en la conducción, el internacional sumó al repertorio la
intuición a la hora de robar balones. No se echó de menos a Oubiña, aunque esto
no debiera ser norma y sí oasis/parche en una jornada propicia. San Mamés no
está tan lejos.
No sería exagerado decir que el grueso del equipo comandado
por el Lucho estuvo en la noche de ayer por encima del notable. Más o menos
acertados, pero siempre bien colocados y sacrificados en la ayuda defensiva. Ningún
hueco sin tapar, ningún marcaje sin su correspondiente ayuda en el dos contra
uno. Los jugadores vascos, acostumbrados a la salida aseada del balón desde atrás,
no tuvieron otra que zapatear para arriba al más puro estilo del clásico Javier
Clemente. Laporte y Gurpegui sufrieron ante la presión encadenada de todas las
líneas viguesas quitándose el balón de encima como pudieron o cediéndoselo a un
Gorka Iraizoz que recurría finalmente a la misma opción.
Faltó el gol y no por defecto como otras veces. El Celta
atacó y lo hizo bien. Dos o tres ocasiones claras y llegadas constantes lo
certifican. La fortuna no hizo el trabajo de tierras andaluzas, pero jugando así
no es el gol un problema de resolución difícil. La tuvieron Rafinha (espectacular) y Charles (combativo) y casi provoca el éxtasis un Mario Bermejo al que todavía se le espera. Si ese
cabezazo en el último suspiro llega a colarse por dentro la bermejinha conocería nuevos adeptos y el
viejo Balaídos sufriría de alguna que otra reforma.
Bien es cierto que ese desgaste se hizo notar en la segunda
parte. Pero no solo en las piernas de los olívicos. El Athletic se conformó
porque su talento se vio ensombrecido por las imperiosas carreras de campo a
campo que la intensidad celeste les obligaba a recorrer. Con todo, sus opciones
tuvieron. No deberíamos olvidar que es el cuarto clasificado con todo
merecimiento. Y por eso este empate, sin goles pero con gran fútbol, sabe mejor
que casi todos los resultados de esta temporada. Por plantarle cara a uno de
los mejores equipos del campeonato e incluso merecer la victoria a los puntos.
La confianza del equipo está en alza e incluso los
experimentos con gaseosa del míster asturiano se asumen y se canalizan en una
dirección positiva. Da la sensación, desde aquella engañosa derrota en Madrid,
de que el equipo se atreve a todo. La fórmula secreta: defendemos todos y
atacamos todos. Como equipo. La coladera no era culpa de los centrales (soberbios
ayer), si no del equipo entero. Y ahora, con esa solidaridad tan
imprescindible, todo va a mejor. El Celta es un valor que no deja de subir y ahora toca
demostrarlo contra otro gallito, el Villarreal de Marcelino.
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