Cierren los ojos. Imaginen el partido de anoche con un local
idéntico y un visitante vestido de rojillo o granota (por poner un ejemplo).
Borren de su camiseta el escudo del Celta e incrusten el de Osasuna o Levante
en su lugar (por seguir con el ejemplo). Al término del proceso, es altamente
probable que encuentren un 0-0 a la conclusión de tan soporífero e insulso
encuentro. Es más, si viajan un poco más allá en el tiempo, si consiguen
visualizar el futuro, quizás descubran también una última jornada cargada de
paz y tranquilidad para unos y otros. A saber cómo será la del Celta, pero si va
depender de choques como el de ayer, preparen de nuevo el marcapasos.
Ahora abran los
ojos y observen el 1-0 de ayer. ¿Se le queda a uno cara de tonto, verdad? Un
partido de 0-0, sin ocasiones para unos ni otros, con las defensas superando a
los ataques. Un equipo con oficio araña el punto que merece y regresa a casa
para hacerlo bueno la semana siguiente. El Celta, no. El Celta estropea un
brillante choque en defensa, falto eso sí de lucidez en zona ofensiva, con un
error de sus dos centrales en la última jugada. Un fallo, el único de una zaga
que estaba completando uno de sus mejores partidos de la temporada, pero que el
rival rentabiliza al máximo y supone regresar a Vigo de vacío.
Tampoco había
merecido más que las tablas el equipo de Luis Enrique. Controló el choque ante
un Espanyol menos aguerrido que de costumbre, pero careció de maldad en los
metros finales. Ni Santi Mina ni Krohn-Dehli mejoraron a sus sustitutos.
Rafinha, vigilado, apenas pudo desequilibrar. Augusto Fernández y especialmente
Orellana estaban siendo los mejores, aunque sin ser capaces tampoco de superar
a la ordenada zaga perica.
La noche caminaba
hacia el 0-0, pues el Espanyol había inquietado incluso menos que los celestes.
Pero el Celta no supo empatar. Igual que tampoco supo ganar en Balaídos. Los de
Aguirre, con lo justo, han vencido un partido e igualado otro. Por el medio ha
podido haber dosis de mala fortuna, pero la explicación quizás haya que
buscarla en la falta de oficio de un equipo joven e incapaz ya no sólo de sumar
dos triunfos seguidos, sino de esquivar la derrota durante dos semanas consecutivas.
Lejos de lamentos, toca centrarse en lo que viene. El Betis, último, con 11 puntos en 20 jornadas, en plena crisis deportiva, institucional y social, visita Balaídos con o sin nuevo entrenador. No cabe otra cosa que la victoria ante un rival desahuciado que se asoma peligrosamente al abismo. Oportunidad para dar una estocada casi definitiva a un zombie o para agrandar la lista de resurrecciones patrocinadas por Casa Celta. Cierren los ojos de nuevo e imaginen qué puede ocurrir.
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