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Foto: Marta Grande |
El celtista medio se fue ayer de Balaídos con una sonrisa de
oreja a oreja. Ni siquiera con la primera victoria del curso en casa contra el
Almería tuvo esta sensación la afición al finalizar el partido. Ayer no había
motivos para la desolación. El partido fue uno de esos que refuerzan, contra un
rival más grande y además crecido, tras sufrimiento agónico y con final feliz. Y
con algunas diferencias notables que ya se intuían en el Santiago Bernabéu y
que no hicieron más que confirmarse sobre el césped vigués.
Porque este nuevo Celta del Lucho (cuántas versiones habrán
pasado por el laboratorio antes de esta) ya no da vueltas en círculos, si no
que toma la vía rápida y no le importa esperar atrás y salir con velocidad. Con
fases de dominio, sí; pero de un dominio que ya no es estéril gracias al
aprovechamiento de las bandas y la búsqueda clara de la portería rival. El
mundo al revés: pareciera ayer el Valencia de Pizzi el antiguo Celta sobando el
balón y dominando ciertas parcelas del terreno con poca productividad.
Con todo, llegó el gol de Parejo y aparecieron los
fantasmas. Después de un cuarto de hora fulgurante en el que Charles volvió a
enfangarse en los errores del partido anterior, el gol visitante se erigió en
maldición y lo que quedaba de primera mitad se tiñó de confusión. El Celta entró
en estado de shock y tan solo las genialidades de Rafinha dieron algo de aire
ofensivo al equipo. No hubo pocos que se temieron lo peor.
Pero algo debió pasar en los túneles al descanso, porque los
vigueses salieron a por el partido. Los valencianistas, cansados por su cita
copera y desubicados en el campo, sucumbieron más pronto que tarde cuando llegó
la redención de Charles. Aprovechó el delantero brasileño un centro genial de
su compatriota y amigo Rafinha desde banda diestra. Con suspense y recordando ‘pepenachas’
y ‘bermejinhas’, esta vez el trabajador ariete no falló. Mejor escenario,
imposible. El Valencia se derrumbaba y la temida intensidad que traía Pizzi consigo
desde argentina no hizo acto de presencia. Algunos creían que con una semana de
entrenamientos un mecanismo tan difícil de interiorizar como es la presión
conjunta iba a calar hondo en unos jugadores llenos de apatía.
Los que sí están cogiendo el tono son los celestes. A partir
de ahí el dominio y el aluvión de ocasiones se sucedieron como la fruta madura
al suelo merced a la intervención de la gravedad. No atravesaba el Valencia la
línea del medio del campo y el Celta avasallaba pese a una precipitada versión
de Borja Oubiña en el pivote. Rafinha, Orellana y Charles se hicieron con el
mando. La entrada de Nolito y Krohn-Dehli, este último por un desacertado Álex
López, dieron más fuelle ofensivo si cabe al equipo y el gol era cuestión de
tiempo. Miedo tenían algunos de la fugacidad del tiempo. El inconformismo al
respecto del empate era generalizado.
Pero con el cambio por lesión de Ricardo Costa la defensa ché
terminó por descomponerse. Un sobrevalorado Oriol Romeu se incrustó en la zaga
y Charles olió la sangre. Tras un balón robado, metió la quinta marcha para
ridiculizar al catalán y se sacó un zambombazo que batió al gigante Diego
Alves. El éxtasis se apoderó de Balaídos y ahora sí, el Celta reculó más por
inteligencia que por miedo. Al contraataque pudieron llegar dos goles más y el
Valencia jugó con el corazón de toda una ciudad tras cabezazo al palo de
Feghouli.
Alguna vez tenía que salir cara. Las cosas se quedaron como
estaban y la alegría completa se vistió de celeste. Aplausos, jolgorio y
satisfacción. Esta vez sí, esta vez el Celta firmó un gran partido sobreponiéndose
a las adversidades y ofreciendo un fútbol más directo. Como si el Premio Manuel
de Castro otorgado en los prolegómenos a un emocionado Augusto Fernández
espolease al equipo en pundonor y coraje. Este es el camino y ahora falta solo
confirmarlo.
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