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ÓSCAR VÁZQUEZ |
Alegría en Balaídos. Triunfo hermoso, de regusto dulce,
labrado a base de buen juego y casta, cocinado a fuego lento desde la derrota y
degustado con sus habituales dosis de sufrimiento. Es la receta del chef
celeste, incapaz de regalar un triunfo cómodo, incapaz de esquivar el conato de
infarto. Aunque lo merezca, aunque engulla a su rival. El guión exige acción.
La tuvo desde el
principio, teletransportando a Charles al Santiago Bernabéu. El ariete
brasileño se topó esta vez con la mano milagrosa de otro Diego, Alves. La
experiencia invitaba a pensar que el error sería castigado. Así lo hizo Parejo,
aprovechando una pérdida valiente pero imperdonable de Oubiña. Valiente porque
el capitán celeste tiene el “defecto” de querer jugar muchas veces a la
primera, de intentar darle velocidad al juego. Cuando sale, el espectador
disfruta del fútbol ofensivo sin reparar en el inicio de la jugada (aquel que
permitió a Aspas encarar a Colotto y a Insa sellar la permanencia). Cuando no,
el responsable está claro. Es la condena del capitán, discutido por muchos,
pero indiscutible para todos y cada uno de sus entrenadores.
El electrónico
demandaba una vuelta de tuerca en la segunda mitad. El Celta notable derivó en
un Celta brillante, más intenso, más incisivo, más dinámico. Desarboló por
completo al Valencia diluyendo el “efecto Pizzi” que tantos y tantos problemas
había generado a todo un Atlético de Madrid. Rafinha, en versión Bernabéu,
dirigía las operaciones, secundado por un transformado Orellana, escondido año
y medio y recuperado para la causa, y un Augusto Fernández que demostró los
porqués de su triunfo en el Manuel de Castro Hándicap.
Charles esperaba su
momento para redimir los pecados de Reyes. Esta vez no falló. El delantero brasileño
regaló dos dianas que valen 3 puntos y que dejan su cuenta realizadora en 7
goles. Una progresión de 14 a final de temporada, superior a los 12 que el
añorado Iago Aspas hizo el curso pasado. Tanto él como el Celta encontraron premio
a su esfuerzo.
Con todo lo malo,
con todos los problemas, con todas las dudas, los vigueses dormirán a 3 puntos
del descenso llegado el ecuador de la competición. 19 puntos en 19 jornadas, números
que superan ligeramente a los del pasado y que alivian el panorama. Tras media
competición, muchas derrotas y algún que otro experimento, Luis Enrique parece
haber encontrado un once y clarificado roles dentro del equipo. Quizás llegue (o
quizás no) para salvarse, ante lo barato de la permanencia, pero no para no
sufrir. Para evitar problemas cardíacos convendría una buena actuación en el
mercado de invierno. La plantilla es corta y con carencias tanto ofensivas como
defensivas que urge corregir. Es difícil, pero es el precio que hay que pagar
por no hacer los deberes en verano.
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