Charles no supo hacer justicia


ENRIQUE DE LA FUENTE / LOF

Nueve encuentros suma el Real Madrid en su estadio. A excepción del Atlético, que se llevó la victoria, es posible que no haya pasado por el Bernabéu mejor visitante que el Celta. Título moral que de poco sirve. Al final, 3-0. Porque en la Castellana poco o nada importa lo que haga la pelota si ésta no termina besando las mallas. Y en eso los de blanco, jueguen como jueguen, son de lo mejorcito del planeta.
   
El fútbol es tan impredecible que en un breve espacio de tiempo puede ofrecer dos versiones antagónicas. El Celta apático, descosido e imprevisible de hace un par de semanas ante Osasuna se convirtió en un conjunto intenso, sólido y peligroso con el cuero en su poder. Lo hizo en todo un Santiago Bernabéu, estadio que empequeñece jugadores y engulle equipos, pero que no intimidó a los de Luis Enrique. Durante 80 minutos, dominaron la escena en el coliseo blanco. Supieron defender cuando el rival lo achuchaba y hacer daño cuando le dejaba respirar. En ningún momento se sintieron inferiores a un Real Madrid falto de chispa. Rafinha, con una actuación sobresaliente, fue el líder de una escuadra que provocó los pitos del respetable merengue.
   
Sin embargo, le faltó traducir esa superioridad en el electrónico, hacer justicia con un partido notable ante un rival gigantesco. Charles no tuvo el día. El delantero brasileño gozó de dos inmejorables oportunidades para adelantar a su equipo, dos mano a mano que de haber acabado en la red de Diego López muy probablemente hubiesen significado un mejor final para el Celta. No pudo ser.
   
Al final, tarde o temprano, el bofetón madridista terminaría llegando. Apareció cuando Ancelotti agitó el banquillo. Tiró de chequera con Bale e Illarramendi y de cantera con un Jesé que pronto valdrá mucho dinero. Entonces, las diferencias sí ya fueron insalvables. Cayó el primero, pero el Celta no se desmembró, manteniendo la esperanza en un empate que no hubiera sido descabellado. Después, Ronaldo, invisible toda la tarde bajo la vigilancia de un soberbio Hugo Mallo, necesitó lo mínimo para hacer su rutinario doblete y castigar sobremanera a los celestes. Guión repetido y epílogo habitual.

   
Superada la visita al dentista, el Valencia aguarda en Balaídos. Rival de enjundia, pero de nivel netamente inferior al que se deja atrás. Los puestos de descenso exigen una reacción al calor del público para terminar la primera vuelta mejorando la pasada. Pase lo que pase, llegado el ecuador de la competición, los de Luis Enrique no han terminado de carburar. Buenos partidos como el de hoy, especialmente habituales fuera de casa y ante rivales superiores, no dan permanencias. 

Rafinha recoge la esencia de este equipo. Se le ven maneras, brilla cuando no se le espera, cuando el escenario y el adversario invitan al pesimismo, y se difumina cuando la responsabilidad del triunfo surge. Esa irregularidad, ese no saber dar el do de pecho cuando la competición lo exige, es la asignatura pendiente para el futuro.

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