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Foto: Getty Images |
El viento se vuelve agresivo en el Puerto de Liverpool. La noche cae sin previo aviso y el frío congela el alma de los escasos valientes que osan pedir explicaciones al destino. En medio del cuadro aparece la figura deIago Aspas (Moaña, 1987). El faro del fútbol gallego toma la palabra allá donde la mayoría de mortales se escondería. "Cuando decidí venir a Liverpool, sabía que sería muy difícil triunfar. Aquí hay jugadores de talla mundial y yo soy un fichaje más", introduce sin mencionar los obstáculos a los que ha tenido que enfrentarse durante los dos últimos meses. Una lesión muscular frenó en seco su adaptación, mientras su corazón latía pendiente de la operación felizmente superada por su madre. Una vez pasado el temporal, Aspas se lanza a la conquista del mítico Anfield con una promesa: "Lucharé por hacerme un hueco en el Liverpool".
Pocos jugadores han suscitado tanto amor y tanto rechazo en un estadio como el moañés. Impulsivo y visceral en el césped, su humildad, sencillez y generosidad fuera del campo representan los valores de un pueblo que ha tenido que emigrar a lo largo de la historia para propagar su grandeza. Aspas abre las puertas de su casa y de su corazón de par en par. "Claro que tengo morriña, echo muchísimo de menos a mi familia, a mis amigos, mi perra Lola... Es la primera vez que salgo de mi entorno", reconoce de camino a su piso de Liverpool, una auténtica embajada gallega en el Reino Unido. Sus tres habitaciones no son un capricho. Aspas sólo pretende dar cobijo a sus amigos de toda la vida.
Una enciclopedia del fútbol
En su cuartel general, todo está preparado para las siestas, las partidas de PlayStation a distancia contra su hermano Pablo y, sobre todo, para el fútbol. "¿De quién habláis, de Josef Martínez, el delantero venezolano del Thun?", irrumpe antes de iniciar una conversación que recorre en dos horas medio planeta. Desde el Standard de Lieja hasta el Coruxo, desde los goles de Mbokani con el Dinamo de Kiev hasta la dureza del Grupo I de Segunda B. Ningún detalle huye de la memoria privilegiada de Iago.
"Este va a ser director técnico, ya verás", comenta su hermano Jonathan, una figura clave en la madurez de Aspas. La otra, su novia Jenni, patinadora por devoción y entendida futbolística por obligación, toma la palabra: "Ve todos los partidos, da igual la competición que sea. ¡Hasta los de Tercera!". Iago replica. "No, los de Tercera no puedo, me fastidia que aquí no se sintoniza el segundo canal de la TVG y no puedo seguir a mis amigos", rebate mientras muestra la antena parabólica gigante de su terraza cuya instalación causó sensación en el vecindario.
Otro desafío en su vida
Aspas comparte edificio con otros jugadores de la plantilla del Liverpool a los que contagia a diario su sonrisa. "Aquí el vestuario es mucho más calmado que el que tenía en el Celta", señala. El delantero Luis Suárez es el encargado de poner la música en el autobús para animar a un grupo que venera a Steven Gerrard. "Es un ejemplo, una leyenda y se le trata con todo el respeto que se merece", explica antes de volver a recordar dónde juega: "Hay que tener paciencia porque estoy en un sitio con mucha historia y Copas de Europa".
El moañés no se irá cedido en diciembre porque en verano apostó fuerte por el sueño de Anfield, rechazando ofertas superiores a la del Liverpool. Él nació para encarar los retos con valentía. Desde su glorioso debut frente al Alavés -que salvó al Celta de las llamas de Segunda B y quién sabe si de algo más- hasta su última diablura en Balaídos para unir al celtismo en Primera, Aspas siempre ha respondido. Incluso en los peores momentos. "Nada más pisar el vestuario de Riazor -tras la expulsión en el último derbi gallego en el lance con Marchena- me di cuenta de mi error", recuerda. Lejos de hundirse, el delantero sacó por enésima vez el duende que lleva dentro. La cintura de Colotto y el Espanyol fueron testigos de su magia. 'O Salvador' había vuelto.
La tormenta de principio de campaña se desvanece y su rostro recupera la luz de un elegido del fútbol sin delirios de grandeza. Un niño que añora las partidas eternas de tute y chinchón con su pandilla, un hombre que pasea por Europa la bandera gallega. Su madre María volverá a mariscar en unos días en la playas de Moaña. Iago es consciente de que no puede convencerla para que lo deje. Sería como si ella le prohibiese jugar tras su recuperación. Ambos han nacido para conquistar el mar en cualquier punto de la Tierra.
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