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SALVADOR SAS |
Cuando algo puede salir mal, saldrá mal. El partido ante el
Levante escondía un guión ya escrito desde hace semanas que casi todo el
celtismo podía aventurar, pero que nadie quería creer. La película de ayer, la
vista tantas y tantas veces, enseñó una versión mejorada del Celta, valiente y
vertical, y la imagen más rácana del conjunto granota, experto en arañar botines
que no merece. El resultado, el que se podía imaginar. Cual película de terror,
se fueron cumpliendo uno por uno las escenas de un largometraje ya conocido. El
desenlace, cruel como tocaba, resultó tan frío e incómodo como la lluvia
permanente que azotó Balaídos. El temporal todavía no ha terminado.
Poco o nada se le
puede reprochar al conjunto celeste más allá de la falta de acierto de cara
gol. A diferencia de compromisos precedentes, los de Luis Enrique dominaron el
esférico y lograron desarbolar el autobús de Caparrós. Krohn-Dehli, Rafinha y
Nolito generaron el fútbol que no supieron concluir un desconectado Charles y
un desafortunado Santi Mina. Atrás, tranquilidad absoluta. Oubiña ahogaba la
salida del conjunto granota, mientras que Fontás y Costas, quizás en su mejor
actuación del curso, desactivaban cualquier intentona levantina de aproximarse
al área de Yoel.
El gol se resistía
y el apagón no hizo sino posponer el monólogo celeste 15 minutos. Nolito, muy
participativo y desequilibrante, parecía capaz de romper el encuentro. Sin
embargo, en una decisión incomprensible, Luis Enrique apostó por sustituirlo en
favor de Fabián Orellana. La poca lógica del cambio se confirmó tiempo después.
El chileno, todavía sin aterrizar en Vigo, no sólo no aportó nada sino que
restó. Su infantil falta en los últimos minutos, la cual derivó en el postrero
gol del Levante, terminó por redondear su pésima actuación. No está ni se le
espera.
El rendimiento de
Orellana ejemplifica la notable escasez de fondo de armario de un Celta incapaz
de desarrollar un plan B. El chileno y David Rodríguez son las alternativas
ofensivas de un equipo que vive de sus primeros espadas. Ante el Levante, una
vez más, cuando el partido necesitaba un acelerón, no había respuestas en el
banquillo. Cuando falta fútbol, la responsabilidad es de Luis Enrique. Cuando
escasea plantilla, los culpables quizás haya que buscarlos en el palco.
No hay tiempo para
el lamento. El panorama es oscuro, por lo que viene y por lo que se acaba de
ir. Cuatro derrotas consecutivas y un horizonte con Málaga, Barcelona y Sevilla
no invitan al optimismo. Es tiempo para mantener la calma y confiar en una idea
por la que merece la pena confiar. Hoy sonríe el Levante, un equipo acostumbrado
a vivir de las miserias ajenas y que no hace grande a este deporte. Balaídos
nunca admitiría un fútbol así. Jugando como ayer, tiene que haber recompensa.
Fe, paciencia y confianza. Nadie dijo que iba a ser fácil.
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