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Foto: Chema Rey |
Pareció ser el Celta en el mediodía de ayer un muerto sin
lugar donde caerse. Un cadáver sin alma, a la deriva del paraje madrileño en el
que un Atlético de Madrid de récord quiso dejar bien clara su hambre y su
olfato. Sin embargo ese muerto quería resucitar, como si en una vieja película
de George A. Romero se encontrase pero sin el blanco y negro y sin vísceras de
por medio. La lástima: resucitó tarde y la fiesta casi se había acabado
saliendo vivo, por los pelos, un Atlético que sin duda mereció ganar por su
brillante primer tiempo.
Cabe preguntarse, una vez más, si esa fase de buen juego fue
un espejismo. Si esa ráfaga de los últimos 20 minutos es la cara verdadera de
este Celta o si el equipo del Cholo Simeone, mucho más de moda que cuando
jugaba, se había relajado antes de lo debido. La verdad tendrá que ser contada
en el siguiente partido y ante un rival al que sí que habrá que medirse de
forma verdadera: un Levante que a punto estuvo de pintarle la cara al otro gran
equipo de la capital.
Se abonaba el Lucho una vez más al caos. Y así transcurrió
una primera parte en la que el equipo vigués entregaba las armas sin apenas
amenaza: Augusto y Rafinha a pie cambiado anulándose mutuamente y el ataque
celeste brillando por su ausencia. David Costas demostrando que su
empequeñecimiento es proporcional en cantidades cósmicas a la cabezonería táctica
del míster y el Atleti, como pez en el agua. Si algo le viene bien a ese
super-equipo que se ha montado Simeone es la falta de intensidad del contrario.
Por lo tanto, agua bendita. La presión asfixiante de unos rojiblancos que tanto
les da la final de la
Supercopa que la disputa del difunto trofeo Ciudad de Vigo. A
por todas y se acabó.
Lo contrario ofrecieron los olívicos, empeñados en mostrar
sus defectos dando la sensación incluso de sacar pecho. Un equipo partido, sin
salida de balón merced a la asfixiante presión rival, descoordinado en la zaga
y carente del control del balón. El resultado ya se repite: el mejor, Yoel.
Esta vez hasta con doble parada en un claro penalti del juvenil Costas. Eso sí:
timorato, como siempre, en las salidas a balón parado. Milagroso fue que el Atlético,
con más de diez tiros a puerta por cero del Celta, no se fuese con un saco de
goles al descanso.
Diego Costa, a lo suyo. Doblete y a seguir, pesadilla
constante para las zagas de la Liga. Sus
malas artes ya las conocíamos los que lo vimos en Balaídos en aquella olvidable
temporada inciada por Stoichkov. Por aquel entonces lo expulsaban, ahora sale
en la tele y le reímos las gracias. Y entre tanto torbellino colchonero dio
Luis Enrique con la tecla. La resaca europea le abrió la puerta. Entraron
Nolito, Santi Mina y Madinda convirtiéndose en lo más potable en el campo en
los 90 minutos. Uno por su super-clase cambiando el partido, otro por su ímpetu
e inteligencia y el tercero en discordia por sus ganas de agradar.
No se entiende, a estas alturas y con la insuficiencia
ofensiva demostrada en las últimas jornadas, que el andaluz se pase 60 minutos
sentado en el banco de suplentes. Puede tener un día más o menos acertado, pero
su talento es de los que ganan partidos. Y si además lo que tiene delante es
Augusto a pierna cambiada, apaga y vámonos.
Rafinha, desaparecido hasta entonces, se entonó con el cambio de posición. El
equipo se apoyó en los cambios y resucitó hasta el punto de lanzarse a
mordiscos a por un Atlético protegiéndose panza arriba. El holocausto se les
avecinaba y las ocasiones eran cada vez más claras. Golazo de Nolito con
picadita genial, incursiones por banda con los laterales por fin incisivos y un
lanzamiento de falta que hizo lucirse al gigante Courtois.
Y ya era tarde. La película se había acabado y nuestro viejo zombie no tuvo tiempo de llevarse nada a
la boca. El Celta no mereció ganar, ni siquiera empatar, pero esos últimos
minutos de supervivencia arrojan un rayo de esperanza que se antoja vital para
la confianza. No era este equipo en racha el mejor para medirse en tal delicado
momento, bien es cierto, pero cabe preguntarse si el Levante lo será. A priori
es un buen partido para resucitar: rival que espera atrás y entrega el balón
prescindiendo de presión intensa. El futuro de esta secuela es incierto y más
todavía si Luis Enrique no acierta a cosechar su once de los mejores y en sus
posiciones naturales. Ya sabemos que lo del star-system
no es lo suyo, pero quizá vaya siendo hora.
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