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Foto: José Lores |
En esa cosa en apariencia inevitable de decantarse por algún grande, Horacio Gómez tenía tendencia hacia lo merengue. Otra causa en la divergencia presidencial. Con Carlos Mouriño, el Celta entero se ha decantado hacia lo azulgrana. Nunca ha ocultado que el Barça es su modelo. No es casualidad que Luis Enrique sea su tercer entrenador de formación barcelonista, tras Stoichkov y Eusebio.
A diferencia de lo que sucedió con sus predecesores (por lógica, estando el Celta en Segunda), Luis Enrique sí se ha rodeado en Vigo de jugadores con esa misma filiación. Fontás, Nolito y Rafinha. Todos ellos estuvieron a sus órdenes en el filial; todos en algún momento llegaron a debutar con el primer equipo.
Por eso que los prolegómenos del encuentro tuvieron mucho de reencuentro entre amigos. Luis Enrique estuvo un buen rato repartiendo abrazos y palmadas entre sus viejos pupilos o los jugadores con los que se cruzaba en los pasillos. También sus ayudantes, especialmente Unzue.
Luis Enrique se miró en su pasado, quizás en su hipotético futuro y hasta en una realidad alternativa. Nadie ha aclarado en detalle hasta qué punto compitió con Martino en la carrera por suceder a Tito. Se lo preguntaron a Zubizarreta al final del encuentro y este despejó con la manopla: "Luis Enrique es un grandísimo entrenador del Celta". Más desiderativo que factual.
A Luis Enrique le salió un planteamiento azulgrana. Como el Celta es un pálido reflejo del modelo original, la derrota resulta lógica aunque se acepte con el orgullo de los atrevidos. Estuvo febril Nolito; afanoso Rafinha; sereno Fontás. Se les notó por qué fueron del Barça; ya no siéndolo y según el caso, se vio por qué aún no o nunca volverán a serlo.
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