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Foto: Miguel Riopa |
Con el partido ya resuelto y sin que el Celta tuviese mucha capacidad para remontar el partido, los últimos minutos del choque disputado el pasado martes entre célticos y azulgranas se convirtió en un duelo personal entre Messi y Yoel. El argentino, obsesionado con el gol, tenía entre ceja y ceja la portería del meta vigués, que a su vez no tenía más remedio que resistir como podía las acometidas de quien es, tal vez, el mejor futbolista de la historia del fútbol.
Con el rigor táctico perdido por parte de ambos equipos, Messi bajó unos cuantos metros su posición para recibir el balón más atrás. Le llegaban pocos balones al argentino, y decidió bajar a buscarlo y, a partir de ahí, hacer la guerra por su cuenta hasta plantarse ante Yoel. Una y otra vez fue viendo como todas y cada una de sus intentonas eran frenadas por un inspirado Yoel que respondía de forma certera a todos los disparos del ganador de los cuatros últimos balones de oro.
La expresión de desesperación se acrecentaba en la cara de Messi. Era una variable con la que no contaba. El Barcelona había llegado a Vigo con la intención de asegurar la victoria, y una vez lograda dedicaba los últimos minutos a que su estrella engordase sus estratosféricas cifras goleadoras. Pocas veces se ha visto a un Messi tan individualista, tan empeñado en marcar, tan obstinado. Pero allí estaba Yoel, respondiendo una y otra vez, hasta tumbar a Messi. El Barcelona se llevó el partido, que ya había ganado unos minutos antes, pero mientras enfilaban el camino de los vestuarios, a buen seguro que Yoel era más feliz que Messi. Había salido airoso de un entrenamiento intensivo con el mejor jugador del mundo.
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