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EFE |
Desató pasiones la inauguración del
precioso nuevo San Mamés y el Celta quiso apuntarse a todas las
fiestas pero sin final feliz para sus intereses. Tras una sentida
inauguración y con el público bilbaíno radiante de felicidad,
comenzó un partido que no haría feos al espectador neutral.
Descontrol y más descontrol con goles y ocasiones continuadas en una
noche que hacía justicia a los 100 años anteriores en el viejo
estadio del Athletic.
Fue Charles, sin embargo, el primero en
aguar la fiesta. El delantero brasileño se zafó una vez más entre
los centrales cuajando un soberbio partido solamente emborronado por
su fallo en el penalti que cometería un nervioso Iago Herrerín
sobre Nolito. Quién sabe si el destino celeste hubiera sido otro si
el punta hubiese acertado en la pena máxima. El Athletic, antes de
tanto desconcierto, se había dispuesto a cortar la yugular celtista
desde el primer minuto. Dominio y más dominio con unos
espectaculares Beñat y Ander Herrera que servían continuamente a
los flancos para que Muniain y Susaeta dejasen a las claras los
problemas del equipo vigués.
Una vez más se sufrió en la zaga pero
no sólo en la previsible inexperiencia defensiva de Toni, sino
también por la banda de un Hugo Mallo menos concentrado de lo que
acostumbra. Por sus fallos y los de un expeditivo pero todavía
juvenil David Costas vino la sentencia de un Athletic que obtenía
más premio del que se intuía en el segundo tiempo. Antes se había
encargado de igualar el gol de Charles (a servicio de un espectacular
Rafinha, todo pundonor y buenas intenciones) un San José que
precisamente había marrado para el 0-1. Desajuste a balón parado y
mala fortuna en el rebote dejaron vendido a un Yoel que poco pudo
hacer para evitar los tantos rojiblancos.
Se descomponía el Celta desde el medio
del campo con unos Oubiña y Álex López desaparecidos en combate
que no sabían o no podían controlar el juego como le gusta a Luis
Enrique. Hubo por contra buenas fases de juego celestes con un veloz
Nolito encarando y haciendo daño a la contra ayudado de un
zig-zagueador Augusto que nunca, como siempre, dejó para mañana el
esfuerzo. Así, se sucedían las llegadas del equipo vasco pero se
desperezaban los célticos con ocasiones mucho más claras. El
partido atravesaba tales correrías que lo raro era no ver más goles
y fue en esa locura en la que el equipo local se encontró más
cómodo. Parecía que el que menos fallase se llevaría el gato al
agua y el Celta falló y mucho. Costas y Mallo se quedaron
enganchados al fuera de juego y un Beñat sobrado de talento ponía
un engañoso 3-1.
Fue entonces cuando el Celta se
desfondó y entró en una fase depresiva propia de un domingo de
resaca. Todo era negro y la cabeza escocía como nunca. Esta vez no
salía cara como en Sevilla. La luz la aportó el joven Santi Mina,
paladín de la esperanza que en colaboración con Herrerín anotó un
3-2 que sabe mucho más dulce de lo que sabe el resultado. Se elevó
el joven gallo con más fe que nadie e inscribió su nombre en la
historia del nuevo San Mamés y en la del Celta. Lo celebró con
emoción y no era para menos: si una noticia es positiva de este
partido es que un crío de 17 años despunta y tiene oportunidades
para demostrar lo que vale.
Y así acabó el partido porque ya fue
tarde. La noche se cerraba definitivamente sobre el cielo de Bilbao y
el Celta no pudo responder al control de perro viejo de un Atlhetic
que se las sabe todas. Ya había dado entrada el Txingurri Valverde a
Mikel Rico para controlar el balón y el Lucho, al mirar el
banquillo, no tuvo otro remedio que indultar a Orellana. No hubo
revulsivo y la cosa se quedó como estaba. El Celta propone y agrada,
pero su lastre defensivo comienza a dar más disgustos que alegrías
y urge una seguridad que sin duda se verá refrendada con unos goles
de los que parece que va sobrado. Comienza ahora la Liga de verdad,
esa que enfrenta a esta corta plantilla a sus rivales directos, más
rácanos y pobres que un Athletic que por buen seguro luchará por
Europa. Y contra ellos ha de desaparecer tal descontrol.
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