De Guardiola a Stoichkov


M. MORALEJO

A falta de siete días para que eche a rodar el balón, el que verdaderamente importa, el que da puntos y adjudica éxitos y fracasos, el celtismo está en llamas. Las dudas y la preocupación por los malos resultados de pretemporada propiciaron el runrún previo al incendio provocado por la decisión de Luis Enrique de invitar a Andrés Túñez, uno de los pesos pesados del vestuario, a buscarse equipo. Gran parte de la ilusión generada semanas atrás con la llegada del nuevo técnico parece haberse esfumado de forma mayoritaria a las puertas del inicio de liga.
   
No es algo novedoso. El celtismo siempre mostró cierta tendencia al vaivén de emociones. Cercano a la soberbia en momentos de bonanza y con un peligroso carácter autodestructivo al mínimo contratiempo, ser del Celta es algo así como vivir en una infinita montaña rusa en la que la euforia y el derrotismo están separadas por un palmo de terreno. Luis Enrique era el gurú hace apenas tres semanas, el hombre que nos llevaría a Europa a las primeras de cambio y que haría realidad el sueño mouriñista de un 90% de canteranos en el primer equipo. Ahora es el inventor de la absurda defensa de cinco, capaz de conducirnos directamente al abismo y el enemigo número uno de la cantera, tanto de la ya consolidada como de la que está por venir. Guardiola y Stoichkov en un solo hombre.
   
Como suele decirse, ni tanto ni tan poco. Todo aquel que conociese su forma de entrenar y de entender el fútbol, imaginaba un periodo de adaptación en el que las derrotas hiciesen acto de presencia. Han llegado tres y llegarán más, pero no pueden provocar una alarma generalizada a las primeras de cambio, especialmente si se producen en pretemporada, con la plantilla sin concluir y en plena etapa de probaturas y experimentos.
   
El tema Túñez va aparte, aunque el disgusto que ha provocado haya servido a los más pesimistas para sobredimensionar las consecuencias de los malos resultados. Resulta difícil a primera vista encontrar a un solo celtista capaz de dar sentido a la decisión de Luis Enrique, tanto por el componente emocional, ya que el de Bertamiráns es uno de los futbolistas más queridos por la afición, como sobre todo por el meramente deportivo. Sin ser un defensor sobresaliente sobresale en la mediocridad defensiva del Celta. Sólo Fontás parece apto para competir con él en el centro de la zaga. Cabral y Vila son de un nivel claramente inferior y sí cuentan con el beneplácito de “Lucho”. Eso es lo que chirría. Como también que el técnico asturiano sea el tercero consecutivo que tiene problemas con el internacional venezolano a las primeras de cambio. Algo pasa ahí. Herrera tardó año y medio en darle la alternativa y con Resino tampoco hubo amor a primera vista. Ambos terminaron rectificando por su rendimiento en el campo, donde sí supera a sus competidores. Esperemos que con Luis Enrique se repita la historia, sería lo mejor para el Celta.

El próximo lunes empieza la competición y el Espanyol será gasolina o extintor. Ganar a los pericos se antoja clave para calmar los ánimos y recuperar una ilusión a la que la bipolaridad celtista ha engullido. Aurtenetxe ya está de camino y es posible que detrás lleguen un delantero que mitigue la falta de gol y un pivote que ofrezca aire a Oubiña. Esperemos que para entonces sigan Túñez y Toni, quien a base de esfuerzo y dedicación se ha ganado a pulso una oportunidad. La pretemporada ha destapado carencias viejas y ha descubierto caras nuevas. Nolito y Rafinha ilusionan, Charles aún debe aparecer y Fontás –del que esperemos no se convierta en víctima del tema Túñez- ha cumplido. Los canteranos, con los que habrá que tener paciencia, parecen preparados para echar una mano si fuese necesario. Santi Mina y Rubén Blanco, los más aventajados, estarán ya disponibles. El primero para ayudar en fase realizadora y el segundo para competir en una portería que ha generado muchas dudas hasta ahora. Las pruebas se acaban y llega la hora de la verdad.

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