Una afición incandescente


JORGE LANDÍN 
El celtismo surgió ayer del fuego pero no se quemó. Las bengalas recibieron al equipo dos horas antes del partido y las gargantas todavía guardaban el calor después de un partido cargado de suspiros de alivio, de gritos de reanimación y de un final que quiso ser épico y se quedó a un pico. Por poco.

La llama de la esperanza de los aficionados se transmutó ayer decenas de bengalas en una recepción multitudinaria por Manuel de Castro. El autobús del equipo atravesó un pasillo de fuego entre el griterío reinante en una gran noche de fútbol, con el estadio mostrando una buena entrada (cerca de 25.000 espectadores) y con dos aficiones que se veneran cariño y que, más que medirse, se complementan. Los centenares de seguidores bilbaínos camparon a sus anchas por Vigo con la libertad que da la familiaridad.

Dentro del estadio, el celtismo ha aprendido a aplaudir las pequeñas cosas. En tiempos de crisis clasificatoria, cualquier gesto se agradece. Aplaudiendo los pasos, por minúsculos que sean, se vislumbrará el camino. Por eso la grada se desgañita pidiendo saques de banda, convirtiendo en heroico cualquier robo de balón, traduciendo los errores en intentos loables. Aplauso a aplauso se intentó sacarse del cuerpo la colección de sustos ante los increíbles errores del rival.

Si no nos matan, vamos a vivir. Pensaba Balaídos. Por eso recibió como epílogo de la remontada el gol de Aspas aunque el equipo apenas había dado motivos para reforzar la fe. Un abanderado se recorría Río Alto de lado a lado despertando ya no la esperanza, sino incluso la ilusión.

El fuego sigue encendido. Entre otras cosas porque Balaídos debe volver a arder en cuestión de tres días cuando aparezca sobre el Lagares el Atlético. A arder.

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