El principio del fin de la pesadilla


RICARDO GROBAS
Arrancaba la jornada con saber a gran noche. El ambiente en los aledaños de Balaídos era espectacular. La afición acudió masivamente a la llamada realizada por las peñas Irmandiños y Celtarras. La cita era a las 20:00, y el objetivo arropar a los jugadores desde su llegada al estadio. Ya por esas horas se intuía que la entrada no iba a ser espectacular, pero muchas veces la calidad supera a la cantidad. El partido arrancó con la afición volcada con el equipo, aplaudiendo las primeras llegadas del conjunto de Abel e indignándose con las pérdidas de tiempo del Zaragoza, personificadas en la figura del meta Roberto. 

El paso de los minutos hacía mella en el ánimo de la afición, que llevó el mazazo de la noche con el gol de Sapunaru. Fueron los momentos más delicados de la temporada. Ese delicado equilibrio entre tolerancia, ilusión, resignación y rabia hizo que, por un momento, una parte de los presentes en Balaídos perdiese los nervios y silbase al equipo. Una forma de exteriorizar la rabia y la frustración por los acontecimientos vividos durante el presente curso. Pero si alguien pensaba que eso suponía el fin del matrimonio, estaba muy equivocado. 

Las peñas más activas invitaron al resto del estadio a sumar. A apoyar hasta las últimas consecuencias, y el equipo devolvió el ánimo con un gol que hizo reventar las gargantas de las 15.000 almas presentes en el estadio. Había, eso sí, que resguardar fuerzas para una segunda mitad no apta para cardiacos. El inexorable paso del tiempo no desanimaba a la afición, que sacó fuerzas de flaqueza para alentar hasta el final a su equipo. Hasta ese minuto 92, mágico por fin. La "Bermejinha" puso final al sufrimiento. Al menos por unas horas, el celtismo despierta de su pesadilla y se reconcilia con el dios del fútbol. Ese que tan duramente ha castigado su ánimo. 

No hacía falta mucho más para que el himno, cantado por los que todavía permanecían en el estadio, erizase la piel de los allí presentes. Juanma Castaño anunciaba en Cuatro que se cantaba la Rianxeira en Balaídos. ¡Menuda fiesta!, pensaría. Se lo perdonamos, porque su absoluto desconocimiento de algo tan estrechamente relacionado con su trabajo nos devuelve a la realidad. Prueba inequívoca de que lo vivido anoche no fue un sueño, sino el principio del final de la pesadilla. 

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