Aspas que no mueve molino


Cuando el equipo había aprendido a vivir sin Iago Aspas, volvió Iago Aspas. La vida no era igual, pero se había vuelto más que sorportable; incluso, ilusionante. Aún así, se esperaba al moañés y a su declarada intención de compensar por el error cometido en el derbi que acarreó cuatro partidos de sanción. Volvió con el mismo compromiso del que nunca nadie dudó pero sin el acierto ansiado. Tras más de un mes sin fútbol, éste se encaró orgulloso ante el céltico, que tendrá que volver a ganárselo.

Abel Resino no oculta ni un segundo que el equipo necesita de la calidad de Aspas. Por eso, aunque el equipo había funcionado bien con la dupla Bermejo-Álex López en ataque en los dos últimos partidos, situó al máximo goleador celeste en el once inicial, sacrificando al sacrificado Bermejo.

El tacto del balón se le hizo un tanto extraño al moañés desde el comienzo. A sus paredes les faltaba exactitud y a sus carreras claridad. Cumplía en su tarea de sacar de su sitio a los centrales rivales, pero bajaba su rendimiento en lo que él normalmente adora: el contacto con el balón. Sus apariciones eran esporádicas. No restaban, pero tampoco sumaban. Y a Aspas no le va lo de pasar desapercibido.

Sin embargo, la cuota de protagonismo que adquirió en la primera parte fue más mérito de la contundencia de David Navarro que de su habilidad. El central del Levante, conocido estilista del fútbol, le propinó un rodillazo en un ojo que provocó que el moañés jugase el resto del encuentro con un colorido cardenal en su órbita izquierda. Doloroso, pero no limitante.

Tras el descanso, Iago siguió insistiendo. Y tuvo su momento, ése por el que esperaba él y todo el celtismo. Borja Oubiña fue objeto de una falta que el Levante esperaba a su favor. El capitán, hábil, sacó rápido para el acertado desmarque del moañés, que superó a su par a trompicones y, cuando se plantó solo delante de Keylor Navas, sintió sobre sí la tensión del retornado.

Sin lucidez para salvar al meta con el primer gesto al encararlo, se enredó en un intento de superarlo en el regate. Enrollado sobre sí mismo, acabó por perder el balón y fue atropellado por un defensa rival que llegaba al auxilio de su guardameta. Su leve exageración en la caída y, sobre todo, la fama que le precede entre los colegiados provocaron que Muñiz Fernández le mostrarse una tarjeta amarilla que, de no mediar reclamación exitosa por parte del club, devolverá al equipo a su vida si Aspas la próxima jornada, al cumplir el moañés el ciclo de cinco cartulinas.

Esa acción y la tendencia que adquirió el equipo de recular sobre la portería y olvidarse de la combinación aisló a Aspas prácticamente el resto del partido. Sus apariciones fueron esporádicas y en la recta final volvió a echar mano de sus carreras para dar aire al equipo. En el haber se puede apuntar que ayudó en la presión y provocó alguna que otra falta tranquilizante. En el debe, una acción ya en el descuento en el que le volvió a faltar ese punto de tranquilidad para aguantar un balón decisivo y no jugárselo con un tiro lejano sin excesiva puntería.

El fútbol, el Celta y el celtismo quieren al moañés. Y él quiere estar a la altura. Aspas volverá a mover molino.

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