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El Celta ofreció una imagen deprimente ante un Deportivo más intenso, decidido y confiado en sus posibilidades. Si nadie supiera la clasificación de ambos conjuntos, podríamos estar hablando de un aspirante a Europa contra un recién descendido. El tempranero golazo de Riki tras una brillante asistencia de Valerón transformó el partido en una misión imposible para los visitantes, incapaces de dar cuatro pases seguidos, insistentes con el pelotazo y derrotados en cada balón dividido. Al suicidio colectivo se unió Aspas, superado por la experiencia de Marchena y la permisividad de un árbitro tan casero como Velasco Carballo. Ya no es el mismo desde diciembre, cuando era objeto de tantos elogios y ofertas. Bien es cierto que tuvo molestias físicas, pero no muerde como antes, va menos al choque y, por momentos, se pierde en gestos de cara a la galería. Con dos ‘tweets’ de arrepentimiento no basta. El perdón se logra en el campo.
Después de un efímero arrebato pasional por parte de los vigueses, el encuentro fue un trámite desde el fatídico minuto 29. Abel tardó mucho en hacer unos cambios que luchaban por reactivar el orgullo perdido (Orellana, Krohn-Delhi, Park), mientras el Deportivo hurgaba en la herida celeste para firmar el 3-0 con la espectacular volea desde lejos de Silvio y la contra asistida por Valerón a un Salomao que definió bien. El ariete surcoreano, que deberá tener minutos desde ya, consiguió el 3-1, pero en condiciones normales al Celta le habría caído una goleada escandalosa por una indolencia que provoca esa sensación a medio camino entre el cabreo más visceral y una tristeza silenciosa. La derrota escuece por la trascendencia clasificatoria y el significado de esta rivalidad, aunque lo más duro de todo esto es cómo se ha manchado el nombre del club, su imagen.
A la maltrecha imagen del Real Club Celta de Vigo contribuyó este viernes Hugo Mallo con un comportamiento lamentable. Mucho podríamos discutir sobre la conveniencia de verle en la grada como un aficionado más, pero su ‘posado’ con el cartel antideportivista y las maneras ofrecidas por el de Marín durante el partido (las cámaras de Cuatro recogieron el deplorable espectáculo) tendrían que abochornar a la entidad, a sus compañeros y a la afición. Ha dado la cara para explicar lo inadmisible, pero el daño ya está hecho.
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