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EFE |
El Celta perdió en Cornellá una oportunidad fantástica de mantener a raya (serían seis puntos de ventaja sobre los ‘pericos’) a un aparente rival directo en la lucha por la permanencia y transmitió una imagen habitual lejos de Balaídos. Como si el hecho de jugar lejos de casa condicionase su rendimiento, al equipo le faltó la tensión y agresividad necesaria para competir a un buen nivel. El Espanyol no hizo nada del otro mundo para llevarse los tres puntos. Básicamente, aprovechó un error ajeno en cadena (Krohn-Dehli, Cabral, Javi Varas) para hacer el único gol del encuentro. Luego, supo encerrarse e incluso pudo haber sentenciado. Tres remates de Aspas (uno desviado desde fuera del área, el cabezazo que sacó Casilla a córner, otro tras un córner que acabó en el lateral de la red) fueron las únicas ocasiones destacables de un equipo celeste que tiene calidad para estar más arriba en la tabla.
Herrera realizó los cambios esperados en su 4-2-3-1 para suplir las dolorosísimas lesiones de Hugo Mallo y Túñez. Jonny realizó un buen encuentro como lateral derecho y puede funcionar como un notable recambio para la larga lesión del de Moaña. Por su parte, el noruego cumplió en el centro de la zaga. Pese a la gran trascendencia de las bajas, sus prestaciones deberían ofrecer tranquilidad al grupo. Sólo las prisas en los últimos minutos y no tanto los cambios (De Lucas por Augusto, Toni sustituyó a Krohn-Dehli, Park en lugar de Bermejo) aparentaron una determinación triunfal que aparece y desaparece con mucha frecuencia. Nadie debería dudar la buena fe e intencionalidad del cuerpo técnico y de los jugadores, pero en Primera, mejor dicho en cualquier encuentro de fútbol, hay que salir a morir sobre el césped con una idea clara de juego. Están faltando ambos aspectos y la psicología adquiere aquí un valor incuestionable.
En el fútbol el estado de ánimo determina en buena medida los resultados (la fortuna suele tener una existencia muy corta) y en estos momentos la autoestima celeste no parece demasiado alta. De la euforia provocada por el valiente triunfo ante el Valladolid se pasó a la decepción e impotencia por la derrota copera en el Bernabéu y, independientemente de las desafortunadas lesiones de Mallo y Túñez, este sentimiento sigue vivo tras el decisivo choque liguero de Cornellá. Se han perdido y empatado partidos dando una buena imagen. El aspecto no da puntos, pero genera sensaciones que acaban configurando ciclos y trayectorias.
La diversidad de planteamientos tácticos ofrecidos durante esta primera vuelta y el escaso aprovechamiento de una plantilla corta con futbolistas ahora secundarios después de su importante papel en el ascenso han supuesto una inercia, la de una identidad confusa que ojalá no continúe durante más tiempo. Los futbolistas son los que juegan y deciden, aunque quien lleva las riendas debe estimularles, sacar lo mejor de ellos, generar competitividad y prepararlos psicológicamente para el éxito. Ya no valen excusas ni dobles lecturas. Sólo fracasa el que no confía en sus posibilidades.
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