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El Celta no se ha sentido solo en ninguno de los partidos que ha disputado lejos de Balaídos. En mayor o menor medida, la presencia de seguidores celestes siempre se ha hecho sentir en los estadios que ha visitado el conjunto de Paco Herrera. No hay partido en el que la televisión no nos acerque a Balaídos con los cánticos de los seguidores que, llegados desde distintos puntos de la geografía española, animan sin cesar a los jugadores célticos. Ayer no fue una excepción. A pesar de la fecha, un buen número de animosos seguidores se dejaron la voz y los pulmones para dar aliento a los suyos.
Sistemáticamente se repite el mismo ritual. Ilusión en el camino de ida, mucho compañerismo y camaradería. Las causas comunes unen en torno a algo tan frívolo como un equipo de fútbol. Un escudo, insignificante para muchos, se convierte en un rito para unos pocos. Pero sistemáticamente también se repite ese viaje de vuelta que nadie desea. Un regreso de vacío, sin nada en el bolsillo, sin nada que contar a la vuelta nada más que una bella experiencia. Ese vacío de saber que, otra vez, has vuelto a perder, que todo tu apoyo no ha servido de mucho, que parece que es un esfuerzo baldío.
No lo es, ni mucho menos, pero no por eso es menos duro. El Celta ha perdido todos los partidos fuera de casa en los que la presencia de sus aficionados se hizo más o menos notoria. San Sebastián, Valencia, Madrid, Valencia, Bilbao.. en todos esos estadios, plagados de aficionados célticos, ha caído, y en muchos casos sin oponer mucha resistencia. La única victoria se produjo en Zaragoza, quizá uno de los estadios donde menor presencia de aficionados célticos se registró. El partido fue un lunes, y apenas se desplazaron aficionados de zonas cercanas a la capital maña. Y se ganó. El resto de los partidos ha estado marcado por el duro camino de vuelta de muchos aficionados. 2013 será diferente.
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