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RICARDO GROBAS |
Cuando Orellana aterrizó en Vigo, las referencias que teníamos de él eran las de un futbolista díscolo, que recelaba del trato con la prensa, y que había obtenido gran fama en su país gracias a un gol que valió una clasificación de su selección para un mundial. En Vigo teníamos aún muy presente la imagen de ese remate de cabeza que igualaba la eliminatoria en Los Cármenes. Un gol anotado con la testa por el más bajito del Granada para mayor desgracia de nuestra defensa.
A España había llegado dos años antes, cedido por el Udinese al Xerez, con quién no destacó excesivamente en Primera División. Allí compartió vestuario con Mario Bermejo. Ambos descendieron a Segunda, pero Orellana no regresó a Chapín, sino a Granada, para formar parte de un extraño proyecto creado en la ciudad de la Alhambra, que pretendía obtener el ascenso a Primera después de estar en Segunda B y Tercera durante el cuarto de siglo anterior. En Los Cármenes destacó Orellana, pero su relación con Fabri y con una parte de la prensa no fue la adecuada, asi que no era un jugador apto para el proyecto de Primera, por lo que acabó cedido en Vigo.
Le costó entrar, primero porque llegó un poco tarde, y alguna convocatoria de la selección chilena le impidió entrar de lleno en el once inicial. Herrera trabajó mucho con él, especialmente conceptos de mentalización y motivación. Le ubicó por la banda izquierda, a pierna cambiada, intentando aprovechar su calidad con diagonales mortales. Su adaptación a la ciudad fue perfecta. Su carácter, tímido y reservado, encajaba bien en el idiosincrasia gallega. Fabián descubrió que podía pasear por la calle con tranquilidad, sin agobios ni presiones. Se encontró además con un vestuario repleto de gente tan joven como él, hizo amigos y empezó a funcionar sobre el campo.
Ante el Valladolid dejó pinceladas de su calidad con un gran gol de falta, pero fue ante el Deportivo cuando empezó a mostrarse como el héroe y villano que sería durante las siguientes semanas. Aquel día de noviembre marcó un golazo que igualaba un partido en el que el Celta merecía más, pero solo unos minutos después perdió de forma incomprensible un balón que aprovechó Lassad para sentenciar el partido. No había consuelo para el chileno al término del partido. Unas semanas después, ya asentado en el once inicial, Orellana protagonizó otro episodio de doble cara. Falló un gol cantado ante el Guadalajara, lo que provocó una pitada tremenda. Unos minutos después marcó y se llevó las manos a las orejas. Dedicaba el gol a aquellos que le habían pitado, lo que hizo que la pitada fuese más atronadora todavía. Al final, cuando salió sustituído, pidió perdón y se reconcilió con la grada.
Fue la única vez que se salió del guión, porque a partir de aquel momento solo se habló de Orellana por las cosas buenas que hacía en el campo. Su entendimiento con sus compañeros, en especial con Iago Aspas, hizo volar al equipo, que ya no se bajó de la nube hasta acabar ascendiendo. El gol de Joan Tomás en Valladolid fue clave para el ascenso. Se recordará durante años el tanto del catalán, pero no se debería olvidar que fue Orellana quien se llevó a cuatro zagueros blanquivioletas para servir en bandeja de plata el tanto al revulsivo celeste. Orellana se había transformado en Vigo. Ya no era aquel futbolista díscolo e irregular. Se hizo futbolista. Gran parte del mérito es de Herrera, pero también de sus compañeros y del entorno. Mañana, el futbolista apodado "El Poeta" en su país natal, estará enfrente y será uno de los principales activos de un Granada que sueña con su poesía por la banda.
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