¡Chile, gracias por todo!


LALO R. VILLAR

En el día de ayer trascendió la noticia que  todo el celtismo se resignaba a conocer. Las palabras de Paco Herrera confirmaron lo que muchos intuían, pero pocos querían creer. El chileno Fabián Orellana, uno de los grandes estiletes del Celta en la temporada del retorno a la Primera División, no emprenderá el camino de vuelta a Vigo, sino que permanecerá en tierras andaluzas para enrolarse en las filas del Granada. Aunque siempre quedará abierta una puerta a la esperanza hasta el 31 de agosto, las posibilidades de que el atacante sudamericano vuelva a vestir la zamarra celeste son remotas. Habrá pues que mentalizarse de que no volveremos a disfrutar en Balaídos de las diabluras de un futbolista especial.
   
Llegó bajo una enorme responsabilidad, la de hacer olvidar a un Trashorras que se había marchado por la puerta de atrás. Le costó arrancar. Un libre directo ante el Valladolid fue su carta de presentación ante una afición que tardó en entenderlo. Algunos lo adoraban, otros veían en él a un chupón carente de efectividad. Pese a tardes como ante el Villarreal B en el Mini Estadi, Riazor fue suficiente razón para su condena de cara a los escépticos. Una pérdida de balón que Lassad transformó en drama lo envío al disparadero de los más críticos, aquellos que pasaron por alto su excepcional aportación aquella noche saliendo desde el banquillo. Tampoco ayudaron a la reconciliación sus gestos hacia la grada tras fulminar al Guadalajara. Una cosa estaba clara: Fabián lo había conseguido, había logrado hacer olvidar a Trashorras. Las iras y amores que provocaba el de Rábade se las repartía ahora a partes iguales el futbolista chileno.
   
Pero pasaron las Navidades y todo se recondujo. Golazo en Alcoy, diana decisiva ante el Murcia y exhibición ante el Recreativo. Cada vez eran más los que se sumaban al club de fans de Orellana. Pucela terminó por convencerlos a todos. Aunque no marcó, el 19 celeste fue el hombre del partido con dos asistencias que desequilibraron un encuentro vital para el conjunto vigués.
   
Tras salir de otro dramático derbi como el mejor futbolista de los locales, el bueno de Fabián se compinchó con su amigo Iago Aspas para reflotar un buque que amenazaba con un hundimiento similar al de 12 meses atrás. En un final de temporada espectacular, fue junto al delantero de Moaña el gran líder ofensivo de un Celta que firmó un último tramo de competición para enmarcar. Sus goles fraguaron las remontadas ante Barça B y Sabadell (de videoteca su diana en la Nova Creu Alta), dieron tranquilidad ante el Alcorcón y redondearon las goleadas frente al Alcoyano y Xerez. Su magia con el balón en los pies levantó en más de una ocasión de sus butacas a los asistentes a Balaídos, incluso a aquellos que meses atrás no concordaban con su forma de entender el fútbol. Los había enamorado a todos.
   
Se fue el día del Córdoba entre aplausos, expresando con su habitual timidez el deseo de quedarse. Finalmente, por una cosa o por otra, parece que no va a poder ser. Al menos en esta temporada que arranca, Orellana no volverá a corretear por el césped vigués con la pelota cosida al pie. No regresarán esos regates en seco, capaz de desencajar la cadera a más de un defensor, ni tampoco esas asistencias de lujo, ni esos goles para el recuerdo. El 24 de febrero saltará de nuevo al vetusto coliseo olívico, pero lo hará con otra camiseta, la de un Granada al que seguramente no le aguarde un gran recibimiento en Vigo. De todos los pitos que se esperan para ese día, ojalá que se guarde al menos un minuto, el 19, para brindar una sonora ovación a uno de los héroes de este ascenso. Ahora que parece seguro que no volverás, a mí y a todos los celtistas sólo nos resta una cosa por decirte: ¡Chile, gracias por todo!”.

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